Ponentes del LXII Congreso Venezolano de
Puericultura y Pediatría afirmaron que las fuentes de proteína animal
están ausentes de la dieta diaria
No existe una situación
nutricional que explique el momento que atraviesa Venezuela en la
actualidad. Sin embargo, el incremento de la mortalidad infantil y
neonatal, así como el colapso de la red pública en la distribución de
alimentos, genera la duda de si el país está frente a una emergencia
alimentaria.
Con esta inquietud abrió
su ponencia la investigadora de la Fundación Bengoa, Maritza Landaeta,
quien ayer participó en el LXII Congreso Venezolano de Puericultura y
Pediatría, celebrado en el hotel Eurobuilding de Caracas.
Basándose
en los datos de 1.488 encuestas de percepción, realizadas a personas de
entre 20 años y 65 años de edad, Landaeta afirmó que el ingreso de 87%
de los hogares del país no alcanza para comprar los alimentos de la
dieta diaria. En consecuencia, 9 de cada 10 personas no logran comprar
comida con los recursos económicos que perciben.
Landaeta
aseguró que en el país hay 34% de pobres recientes, que antes
pertenecían a la clase media. De acuerdo con la investigadora, solo 19%
de la población no es pobre, por lo cual las fuentes de proteína animal
están ausentes del consumo diario de la mayoría de los venezolanos.
La
investigadora dijo también que el consumo de grasa marca la diferencia
entre los estratos sociales, un fenómeno, a su entender, nunca antes
visto en el país. Mientras más bajo es el nivel socioeconómico, mayor
será el consumo de ese tipo de alimentos: “Esto habla del gravísimo
deterioro que vivimos. 12,1% de la población no cuenta con las 3 comidas
diarias. Estamos muy por debajo de los requerimientos calóricos. Y si
hablamos de niños, 4 de cada 10 están malnutridos, sea por déficit o por
exceso”.
Añadió que en el último año
ha habido diferencias sustanciales en los patrones de consumo del
venezolano: 40% de las compras se concentra en harina de maíz, arroz,
pan y pasta. Solo 5% accede a la leche.
Citó
un dato oficial, extraído del Instituto Nacional de Estadísticas, según
el cual en 2014 se habría registrado una caída en el consumo de 53% de
los alimentos, lo que preocupó a la investigadora, que recalcó que no
habrá crecimiento sin ingesta de calorías y proteínas, mucho menos se
desarrollará el potencial cognitivo de los niños.
Concluyó
que si bien la educación de la madre sobre hábitos y conductas
alimenticias no revertirá el proceso de deterioro que ocurre en las
comunidades más vulnerables, por lo menos servirá para impedir que
avance.
Evidencia palpable en Antímano. El
Centro de Atención Nutricional Infantil Antímano, Cania, palpa de cerca
la malnutrición. Semanalmente reciben en consulta un promedio de 350
personas, entre embarazadas, desnutridos leves y obesos.
La
nutricionista Ana María Pérez ha observado varias características
recurrentes en la mayoría de los niños que allí acuden, así como en sus
familiares: llegan a un año de edad consumiendo únicamente leche materna
(lo que si bien es óptimo para la salud del bebé luego de los primeros
seis meses de edad, debe complementarse con otros alimentos); consumen
solo dos comidas diarias, no ingieren alimentos de origen animal en las
comidas, presentan falta de higiene, debido a fallas en el suministro de
los servicios básicos, y las madres llegan preocupadas buscando ayuda.
“Piden que se les diga qué deben hacer para salvar a sus niños de la
desnutrición”, indicó.
En Cania insisten en que la familia debe abocarse y reconocer la condición del niño como una enfermedad, en vez de negarla.
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