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viernes, 27 de mayo de 2016

Cuando se muere un niño




Cuando se muere un niño, como es el caso de Oliver Sánchez, que a los 8 años muere por la terrible enfermedad linfoma no hodking, es no sólo triste sino una trágica realidad que refleja la insensibilidad de un régimen político que no enfrenta con gallardía la dramática situación hospitalaria en nuestro país.
Este niño no logró conmover a las autoridades cuando en una de las tantas protestas que ocurren a diario en Venezuela portaba, frente a él, un cartón el que pedía: “Quiero curarme, Paz y Salud”. Eso en cualquier país civilizado hubiese producido una reacción de las autoridades y/o de la sociedad para ayudarle en su tratamiento pero aquí pasó como si nada teniendo que ir de hospital a hospital sin encontrar cupo y por supuesto tratamiento adecuado para tan terrible enfermedad.
Una sociedad que no se conmueva por casos como este, o está anestesiada, o está perdiendo el verdadero norte común para toda vida, que no es otro que la solidaridad.



Venezuela no podrá construir un mejor futuro si sus ciudadanos y por supuesto su gobierno no interiorizan la necesidad imperiosa de que solo se puede progresar si todos se abocan a reconstruir una nación en la que prevalezcan los valores humanos por encima de los cálculos políticos.

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