Los docentes evalúan con dureza el periodo
escolar que termina este mes. La situación económica disminuye el
rendimiento académico y la única opción que tienen los profesores es
adaptarse a las circunstancias e ingeniar nuevas estrategias de
enseñanza. Sus responsabilidades ahora incluyen sumas de desmayos
semanales, división en varias partes de sus almuerzos, multiplicaciones
de la paciencia y análisis de porcentajes de inasistencias. En las
escuelas públicas deben hacer frente al robo de alimentos y en las
privadas, al retiro de estudiantes que abandonan el país
La crisis económica entró de
lleno en los salones de clases. Así como sube la inflación, aumentan las
dificultades para impartir y recibir una educación de calidad. Cada día
el esfuerzo que deben hacer los maestros para no desistir y mantenerse
en sus puestos de trabajo es mayor, mientras que la deserción escolar no
parece tener freno. Los estantes de los supermercados siguen vacíos y
los pupitres en los colegios se contagian de esta misma condición. La
escasez y la mala alimentación han sido el común denominador de este año
escolar que termina con depresión e impotencia.
Los
niños de primaria evitan gastar energías en juegos y suplican por
meriendas en sus colegios. Los más grandes de segunda etapa pierden
evaluaciones para acompañar a sus mamás a comprar comida. Los
adolescentes de bachillerato analizan el panorama y optan por desechar
sus sueños de ser profesionales para solucionar las necesidades de sus
hogares con oficios informales.
En la
memoria y cuenta de 2015 del Ministerio de Educación se señala que 32
millardos de bolívares se destinaron a la Corporación Nacional de
Alimentación Escolar (CNAE) para cubrir los gastos en comida de 4
millones de estudiantes: apenas 8.000 bolívares para cada uno durante
todo el año. No es extraño entonces que el programa de alimentación se
reparta en algunas instituciones sin los nutrientes necesarios, que sea
insuficiente para todos los estudiantes o simplemente que no llegue.
“A
pesar de toda la propaganda que le ha hecho el gobierno, después de
crear la corporación el programa ha tenido más fallas que en años
anteriores. El desabastecimiento de Mercal y Pdval, que surten a las
escuelas, impide que se asignen los insumos correspondientes. Se hacen
menús poco equilibrados y con menos proteínas”, señala Olga Ramos,
miembro de la directiva de la Asociación Civil Asamblea de Educación.
Otro
problema asociado al programa es su falta de flexibilidad porque no
permite destinar recursos para renovar equipos y hacerles mantenimiento a
todas las cocinas. Ramos agrega que hay escuelas con el refrigerador
dañado, pues no tienen presupuesto para repararlo y mientras esperan que
el ministerio responda sus demandas, los representantes se llevan la
comida para almacenarla en sus casas. El riesgo que se corre es que no
la devuelvan completa, dado que tuvieron la necesidad de usarla.
A
esto se añade el mecanismo que emplea el ministerio para distribuir los
alimentos: “Antes Mercal y Pdval tenían un contrato con proveedores
para llevar los insumos hasta las escuelas. Ahora solo se les avisa a
las instituciones que busquen lo que les corresponde. Deben asumir un
costo adicional y contratar un transporte específico con ciertas
condiciones establecidas en el manual del antiguo Programa de
Alimentación Escolar. El asunto de que la educación pública es gratuita
termina siendo una de las grandes falacias de este gobierno”.
Docentes ultrajados
Orlando
Alzuru, presidente de la Federación Venezolana de Maestros, asegura que
en la contratación colectiva hay una cláusula para la alimentación de
los docentes que el ministerio no ha cumplido: “Es un programa de
alimentación a través de Mercal para que los profesores puedan comprar
lo que quieran. También se les asignó las bolsas de los CLAP, pero todo
fue un total fracaso. El docente no está exento de los problemas del
país. ¿Cómo ayuda a sus alumnos si ni él tiene para comer? Se encuentra
de manos atadas”.
Esta no es la única
falla del contrato colectivo. Las clínicas y funerarias descartan la
posibilidad de aceptar el seguro del Ministerio de Educación por las
excesivas deudas que afrontan. Los maestros quedan desamparados y solo
cuentan con el apoyo de la institución en la que trabajan.
“Más
del 75% del contrato colectivo actual está siendo violado. La Misión
Vivienda para los docentes no se cumple. Tampoco los traslados a sus
hogares y los permisos de estudio. La póliza de HCM es de 100.000
bolívares con una extensión de 50.000 bolívares, que no alcanzan para
nada. Un docente con posgrado, 25 años de servicio y listo para ser
jubilado gana apenas 24.892 bolívares mensuales. Los maestros
renunciaron este año, ya que no les alcanza el dinero para vivir o por
acoso laboral. Hay coordinadores parroquiales del ministerio que son
activistas políticos y solo persiguen a los maestros. Una comisión de
gente responsable debería garantizar que se respete y ejecute
correctamente el contrato”, declara Griselda Sánchez, secretaria de
Contratación Colectiva y Reclamos del Sindicato Venezolano de Maestros
de Caracas.
A largo plazo, la mayor
preocupación para los docentes es no construir en sus alumnos una base
sólida en valores y enseñanzas que permitan concientizar a los
venezolanos sin la necesidad de obligarlos a seguir una ideología. Aún
más cuando por razones ajenas al sector educativo se pierden días de
clases que no son recuperados. Solo por el racionamiento eléctrico y por
las elecciones parlamentarias, Ramos asegura que se suspendieron en
total 16 días de clases.
“Los 200
días estipulados en el calendario escolar no se llevaron a cabo. Esto
trae graves problemas a los alumnos, puesto que no cumplen con todas las
exigencias que requieren para continuar al grado superior. El gobierno
debe tomar conciencia de la situación real del país. Salir de su
burbuja, visitar los centros educativos y hablar con los representantes
para que entienda que la situación es difícil e inaguantable. Si el año
escolar que viene lo comenzamos con estas mismas condiciones, la
situación se agravará aún más y será muy triste para la educación
venezolana, principal motor para el desarrollo del país”, advierte
Alzuru.
Enseñar entre ruinas y sin un ‘perfil bolivariano’
El
lunes 4 de julio Ender García volvió a recibir un mensaje antes de
empezar su clase: “Buenos días, profesor. Hoy no enviaré a Juancito
porque no tengo qué darle de comer”. La U. E. N. Andrés Bello tiene dos
años sin recibir el Programa de Alimentación Escolar (PAE) que repartía
el Estado y que fue sustituido en 2014 por la Corporación Nacional de
Alimentación Escolar (CNAE). Desde mayo las inasistencias por problemas
de alimentación se han incrementado. García ha tenido que adaptar su
programa académico y entender una realidad que también lo afecta a él.
Los jueves y viernes solo asisten a clases 10 de sus 29 estudiantes.
Es
profesor de quinto grado y labora en la institución desde hace 15 años,
pero ejerce la profesión desde hace 20. Mientras practicaba atletismo
en Caricuao y competía en juegos nacionales, compartió con niños
especiales por actividades que organizaba su equipo. Desde entonces se
dio cuenta de su potencial para enseñar y se comprometió con la
educación, pero a pesar de su entusiasmo, las dificultades que hoy se le
presentan para dar clases lo agobian.
“Yo
creo que esta es la escuela más olvidada de Antímano. Nosotros nos
regimos por el ministerio, pero al final quienes resuelven los problemas
somos los docentes y los representantes. Los baños son deprimentes,
tenemos problemas de agua, eléctricos y de inseguridad. El colegio se
quemó en febrero y aún no se ha recuperado. Otros medios de comunicación
dijeron que ya estaba arreglado, pero no es así. Si sumamos los viernes
libres que se otorgaron por decreto nos damos cuenta de que hemos
perdido muchas clases. El niño lo ve de una manera recreativa; sin
embargo, uno como docente sabe que eso significa no llevar continuidad y
correr el riesgo de no cumplir el programa académico”.
El
26 de febrero se incendió parte de la institución y quedaron salones
inutilizables. Cuatro meses después las condiciones no han mejorado. Las
maquetas que los niños hicieron sobre La Escuela que Queremos no fueron
tomadas en cuenta. En la mañana se turnan los días de clases. De primer
a tercer grado van lunes, miércoles y viernes; de cuarto a sexto,
martes y jueves. La siguiente semana se alternan. En la tarde, el
Instituto Universitario de Tecnología del Oeste Mariscal Sucre, que
queda al frente de la escuela, les habilitó seis salones para que dicten
clases. Ahí también han tenido que suspender las actividades por falta
de agua. García agradece el apoyo; no obstante, manifiesta que lo
correcto debería ser estar en sus aulas de siempre.
El
colegio ha tenido que afrontar este problema sin una directiva que los
coordine. Una semana antes del incendio renunció la última directora
y el ministerio les adjudicó un encargado del Distrito Escolar que no
está presente todos los días y que desconoce la normativa de la
institución. García, con apoyo de sus compañeros, se postuló para el
cargo, pero lo rechazaron.
“En dos
reuniones escuché que dijeron que no tenía el ‘perfil bolivariano’
necesario. Eso es lamentable. Me imagino que lo que quieren es que uno
esté totalmente interno en el proceso y no, mi proceso son los niños. Si
me dan un lineamiento yo lo cumplo, pero no me digan que vaya a hacer
política porque mi título no dice eso, dice educador”, advierte.
Como
su sueldo es insuficiente para mantener a su esposa y a sus tres hijos,
el año pasado se dedicaba a ser taxista en su tiempo libre; sin
embargo, un tiro en la rodilla para robarlo y los gastos excesivos por
repuestos que no puede costear acabaron con su actividad para obtener
ingresos extras. Ahora administra su tiempo y su quincena de docente
para llenar la nevera de su hogar: “Soy padre de familia y mientras los
representantes de mis alumnos están comprando, yo no puedo. Estoy aquí
con la misma situación que cualquiera que no tiene alimentos en su casa.
Pocos reconocen el sacrificio que el docente hace día a día”.
Nombre: Ender García.
Edad: 47 años.
Institución: U. E. N. Andrés Bello-Antímano.
Grado: 5to.
Ingreso mensual: 20.000 bolívares + 18.000 bolívares de bono de alimentación.
Aprender con el estómago vacío
A
Rosana Bebersi no se le olvida la primera vez que una niña se desmayó
en el acto cívico. La alumna de 10 años de edad tenía días sin ir a
clases y pensaban que estaba enferma. Cuando reaccionó, confesó que
había ido al colegio sin comer nada. A partir de ahí, como en efecto
dominó, han calculado que cada quince días un estudiante se desmaya.
La
docencia fue una alternativa para Bebersi. Al principio, quería
estudiar arquitectura, mas su orientadora vocacional le advirtió que era
una carrera muy costosa. Estudió educación integral en la Unefa y se
graduó en 2010. No tiene una trayectoria amplia, pero lo que ha
adquirido de experiencia los últimos dos años le servirán para toda la
vida. Trabaja en la mañana en el colegio Andy Aparicio y en la tarde en
la U. E. N. Vicente Emilio Sojo, ambos situados en La Vega.
Los
problemas de alimentación afectaron el rendimiento académico de sus
estudiantes. El colegio Andy Aparicio de Fe y Alegría no recibe ayuda
del Estado para ofrecer meriendas a todos sus estudiantes. Con
donaciones externas pueden cubrir el desayuno de 73 alumnos que están en
situaciones críticas. A la escuela Vicente Emilio Sojo el Estado sí le
proporciona meriendas, mas no las suficientes para todos los alumnos.
Por esto, tienen que intercalarlas entre los estudiantes. Un día se
entregan a los del turno de la mañana y al siguiente a los de la tarde.
“Es sorpresa. Los alumnos no pueden depender de esa merienda porque
nunca se sabe si habrá. Cuando estamos en el acto cívico y ven la mesa
con las meriendas se contentan, pero cuando no ven nada sus caras
cambian y dicen: ‘Profe, yo pensaba que aquí iba a comer”.
Los
útiles escolares se suman a las barreras del aprendizaje. Este año las
becas solo incluían un morral, un juego de escuadras, una cartuchera con
aire en su interior y un compás. Los niños de Bebersi utilizan los
cuadernos de sus hermanos e incluso de sus tíos. Comparten los lápices y
heredan los uniformes viejos. Las camisas blancas ahora son amarillas,
pues no hay jabón y el agua llega contaminada a las casas. No todos
tienen la colección Bicentenario que el Estado repartía y aun así deben
complementar el contenido con otros textos.
Bebersi
entiende a las familias de sus estudiantes. Cobra dos sueldos, no tiene
hijos y vive con sus padres; sin embargo, el dinero no le alcanza para
cubrir sus necesidades. En su casa vende helados de fábrica para
redondearse. La crisis la persigue las 24 horas: en el trabajo y en el
hogar.
Rosana Bebersi.
29 años de edad.
U. E. Andy Aparicio (Fe y Alegría)-La Vega.
U. E. N. Vicente Emilio Sojo-La Vega.
4to y 3er grado.
33.800 bolívares + 31.000 en bono de alimentación.
Luchar contra el deseo de ser bachaquero
En
un envase de plástico blanco, como los que se utilizan para guardar
mayonesa, Rosa Luque administra la pega líquida que les reparte a sus
estudiantes en tapas de compota. Era la tarde del miércoles 6 de julio y
elaboraban portafolios con materiales reciclados para guardar todas las
actividades que hicieron en el año escolar. Un periodo que Luque pudo
terminar con satisfacción gracias a su ingenio.
En
apenas quinto grado sus alumnos le confiesan que quieren ser
bachaqueros, puesto que creen que ganar dinero les sale mejor que
terminar bachillerato. Siente el desánimo e intenta hacerles entender
que mientras ellos se eduquen ayudarán a que el país mejore.
Es
maestra de quinto grado en la U. E. María Rosa Molas de Catia y
suplente de tercero en la U. E. D. Miranda, de Casalta. Por las
constantes inasistencias que también se presentaron en ambas
instituciones tuvo que reorganizar el plan de evaluación y estar
pendiente de que cada niño cumpliera los objetivos y aprendiera el
contenido. El salón de quinto grado se lo otorgaron a principios de año
como un desafío. Los niños tenían problemas de conducta y debía hallar
la manera de ayudarlos a comportarse mejor.
Creó
una cartelera para reflexionar en la que publicaban todas las acciones
positivas y negativas que hacían. Se compenetró con su grupo y a pesar
de la situación económica consiguió alcanzar su meta. “No me siento
satisfecha con el país, pero con mi grupo de alumnos sí. Logré que se
esforzaran y estudiaran, que valoraran lo que tienen y que agradecieran
cada oportunidad. Eso es suficiente para mí”.
Su
creatividad también la demuestra en el hogar. Vive con su esposo, sus
dos nietos, su nuera y su hijo, que es funcionario de la Policía
Nacional. Suman los ingresos entre todos, pero no es suficiente para
completar el mercado. Recurre a los vegetales y prepara arepas de yuca o
de plátano.
“Nunca he estado
decepcionada de mi vocación, pero de mi sueldo sí. Toda profesión
debería ser bien pagada porque si uno estudió y se esforzó fue para
algo. Así podríamos vivir tranquilos y asistiríamos con más ánimo a
nuestro lugar de trabajo”, dice.
Rosa Luque.
50 años de edad.
U. E. María Rosa Molas (Fe y Alegría)-Catia.
U. E. D. Miranda-Casalta.
5to y 3er grado.
13.000 bolívares + 31.000 bolívares en bono de alimentación.
La generación de relevo tiene hambre
En
la escuela donde trabaja Eduardo Burguillos en Macarao entraron
ladrones tres fines de semana seguidos para robarse computadoras,
impresoras, comida y utensilios de cocina. Desde entonces los niños se
quedaron sin merienda, dado que no tienen dónde almacenar los alimentos
que les asigna el Estado. No cenan ni desayunan en sus casas y van a
clases con el estómago vacío.
Burguillos
es en las mañanas profesor de Ciencias Sociales de media general y
técnica profesional en el colegio Andy Aparicio de Fe y Alegría, situado
en La Vega, y en las tardes es docente bibliotecario de primaria en la
Escuela Básica Distrital Curucay, de Macarao. Antes de ser educador era
colaborador en un centro de ayuda para niños en situaciones de calle.
Hoy lamenta que pueda comparar a aquellos pequeños con sus alumnos
actuales.
“El año pasado una niña en
el acto cívico se desmayó. Estaba a su lado y se me cayó en los brazos.
En el módulo asistencial nos dijeron que si no la hubiéramos llevado de
inmediato podía haber fallecido. Tenía una baja de azúcar terrible,
estaba anémica y desnutrida. Ahora se incrementaron situaciones de niños
aislados en sus espacios. Se ponen en posición de descanso solos y
dicen que se sienten mal. Ya uno sabe qué tienen”.
El
almuerzo de muchos es solo una arepita con anís dulce. Quedan con
hambre y fijan sus miradas en los platos de los maestros. Piden con
ilusión un pedazo y no hay egoísmo que se los niegue. Por eso Burguillos
prefiere aislarse en la biblioteca. Sabe que permanecer en el comedor
es una tortura. En una ocasión sus estudiantes lo siguieron y tocaron su
puerta. La petición era predecible. Burguillos dividió en 15 trozos el
campesino que había llevado y lo repartió. Cada vez que él o sus
compañeros pueden se sacrifican para alimentar a sus niños.
En
primaria, su año escolar culminó con alumnos desnutridos y con
delicados problemas de salud, pero en bachillerato le preocupa el
futuro.
“Hay apatía. Los adolescentes
sienten que Venezuela se convirtió en un país donde estudiar no
resuelve sus problemas. Son muy críticos y me dicen: ‘Profesor, con
tanta necesidad que yo tengo, ¿para qué usted me promociona una carrera?
Tengo un papá que arregla carros o una tía que vende productos escasos y
tienen más dinero que usted que estudió seis o siete años’. Gracias a
Dios, por lo menos no han decidido irse por un camino peor. También
escucho muchas quejas relacionadas con la violencia: ‘Profe, mi papá me
maltrata y como él es funcionario las denuncias no proceden’. Es triste
porque al final uno no puede involucrarse mucho”.
A
Burguillos le preocupa profundamente la deserción escolar. Por
alimentación o por economía las aulas se quedan vacías y los
profesionales eligen el exilio. A pesar del cansancio, la disposición no
se pierde y su vocación se mantiene. Quisiera poder ayudar más; sin
embargo, su sueldo no se lo permite.
“Los
maestros tuvimos que dar el 1.500% para cerrar el año de manera
satisfactoria. Yo me siento abandonado. Estamos como en un proceso de
mendigar. Nosotros no estamos mendigando, nosotros formamos
profesionales para que el país se desarrolle y se transforme. Un docente
no puede ser inexistente para el Estado venezolano porque los
funcionarios que están y que estuvieron ahí pasaron por manos de
docentes”.
Eduardo Burguillos.
36 años de edad.
U. E. D. Curucay-Macarao.
U. E. Andy Aparicio (Fe y Alegría)-La Vega.
Primaria y bachillerato.
33.000 bolívares + 31.000 bolívares en bono de alimentación.
La violencia como parte de la cotidianidad
Saliendo
de clases, Aura Lugo se encontró con una ex alumna que no veía desde
hace tiempo. En los brazos cargaba un bebé. La saludó con afecto y le
preguntó por su hermano: “¡Ay, maestra! Mi hermano se metió a la mala
vida. Cayó en las drogas y ahora está preso”. Ese mismo joven le robó
la cartera cuando fue su alumno, pero Lugo nunca sintió rencor por él,
más bien compasión. El papá de estos hermanos era delincuente y fue
asesinado por la policía. A los muchachos los crió la abuela, que vivía
con un hombre menor que ella.
Lugo es
maestra de cuarto grado en la U. E. Antonio José Rojas, situado en el
barrio Zulia, de Guarenas. Allí la violencia es una alerta que muchas
veces impide la enseñanza. Este año se cambió al turno de la mañana y
afortunadamente le fue mejor.
“Por
alguna razón, en la tarde, los niños vienen más agresivos y más
necesitados. En el barrio donde viven hay mucha violencia y muchos de
sus padres son delincuentes o venden drogas. A pesar de que uno los
aconseja, al final se inclinan por su familia. Por eso, el apoyo desde
casa es esencial. Siempre cuentan anécdotas como si fuera algo normal:
‘Mataron a alguien y llegó la policía, maestra’. Yo les exijo superación
y les digo que el barrio está en la mente, que deben estudiar para
graduarse y conseguir lo que quieren. Una maestra redactaba los
problemas de matemáticas con ejemplos como este: ‘Si la policía mató a
tres delincuentes y encarceló a uno, ¿cuántos miembros tenía la banda?’.
No aplico esas vivencias de estudiar con la violencia. Utilizo su
entorno, pero de manera positiva”.
Este
año a la delincuencia que los azota se le añade la crisis económica y
los problemas de alimentación. El acoso escolar es constante entre los
niños a pesar de que sus realidades son prácticamente las mismas. Los
representantes anuncian las inasistencias declarando que irán a
bachaquear y luego les obsequian a las maestras productos que
consiguieron.
Lugo se queja, como
todos los maestros, de su sueldo. No tiene vivienda propia y construyó
un anexo en la platabanda de la casa de su mamá. “Hago milagros. Si
consigo pañales los compro para cambiarlos por otra cosa. Mi hija es
ingeniero industrial y me reclama: ‘Mamá, yo no sé por qué estudiaste
una carrera tan mal pagada. Yo gano más que tú’. Eso da pena. Tengo 50
años y quiero seguir trabajando, pero quisiera darme mis gustos y no
gastarme todo el dinero en comida”.
Aura Lugo.
50 años de edad.
U. E. Antonio José Rojas-Guarenas.
4to grado.
15.000 bolívares + 13.000 bolívares en bono de alimentación.
Los alumnos emigran a mitad de año
Al
finalizar cada período escolar, los niños del preescolar Simón Bolívar
en Prados del Este donaban sus materiales escolares a instituciones
públicas. Este año, por primera vez y a petición de los representantes,
los útiles sobrantes fueron regresados a sus estudiantes para que los
vuelvan a usar en septiembre. Esa es solo una muestra de que la crisis
también deambuló en las escuelas privadas con mayores ingresos.
Soraya
Hurtado tiene 12 años como maestra de esta institución y recuerda con
pesar las visitas al zoológico Expanzoo y los paseos para ver las obras
de teatro en inglés que un grupo de argentinos presentaba en Venezuela.
Por motivos de seguridad ya no se planifican actividades como estas
fuera del preescolar.
Otro de los
problemas que se intensificó fue la emigración de los alumnos y sus
familias. “Siempre se iba alguien; no obstante, este año el éxodo fue
mayor. De mi salón, un niño se fue en diciembre y otro en marzo. Así
pasó en todos los grados. Ya no esperan a que se acabe el año escolar.
Se van en cualquier momento. Esos cupos vacíos se llenan inmediatamente
porque el colegio tiene mucha demanda, pero no es lo ideal”, señala
Hurtado.
“En el colegio se
presentaron los mismos problemas que en todo el país. Este año nos tocó
trabajar con las uñas, adecuarnos y adaptarnos a lo poco que teníamos.
La inflación nos dificultó conseguir materiales de higiene, de limpieza y
didácticos. Si no era por precios altos, era por escasez. Se tuvo que
cambiar la lista de los libros. El de lectura era mexicano y los de
inglés se importaban. Ahora se utilizan copias y las maestras se las
ingenian para trabajar con lo que tienen”.
La
mensualidad del preescolar es de 22.000 bolívares y, aunque las
familias que la pagan son de clase media y alta, también han demostrado
cambios en su situación económica. De los 26 niños que están en el salón
de Hurtado a ninguno le compran el almuerzo en la cantina. En las
tardes, quienes asistían a tareas dirigidas dos y tres veces por semana,
ahora no van o solo asisten una vez. Los regalos para el Día de la
Madre y del Padre pasaron de ser camisas y objetos decorados a
manualidades con materiales reciclados.
A
pesar de que su sueldo es de 50.000 bolívares, más bono de alimentación
y supera al de todos los maestros de instituciones públicas, no es
suficiente para mantener a una familia de cuatro miembros. Su esposo
quedó desempleado luego de que quebrara la empresa en la que trabajaba:
“Mata tigres como fotógrafo y diseñador gráfico, pero no es un quince y
último seguro”. Además, tiene que cubrir todos los gastos básicos, como
pañales y leche, que tienen sus hijas de uno y cinco años de edad.
Soraya Hurtado.
35 años de edad.
Preescolar Simón Bolívar-Prados del Este.
Tercer grupo.
50.000 bolívares + 18.000 bolívares en bono de alimentación.
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