El presidente de la Asamblea Nacional inició
una gira por el país para informar qué pasa con la solicitud del
referéndum revocatorio y las amenazas del gobierno vía TSJ y CNE
La misma franqueza, a veces
incendiaria, que en el pasado le brindó tantas antipatías, hoy —quizá
por el peso del cargo que ostenta— lo llena de aplausos y alabanzas. Una
de ellas se repite a menudo y consigue siempre la misma respuesta.
—Lo felicito por su trabajo, ¡mi abuelo era adeco! —le dicen unos y otros, y no queda claro si alagan u ofenden.
—¿Ah, sí? ¿Y tú, por qué no eres adeco? —responde, antes de posar para una foto.
Henry
Ramos Allup, presidente del Parlamento, está recorriendo el país con un
objetivo claro: informar qué pasa con la solicitud del referéndum
revocatorio, con las amenazas del gobierno -vía TSJ o CNE- para
neutralizarlo, y explicar qué hay que hacer para lograrlo, porque,
repite y repite hasta la saciedad, la oposición no tienen un plan b. “El
plan a y el plan z es el referéndum revocatorio en 2016”, afirma.
El
diputado recorrió Mérida desde el jueves 13 hasta este domingo 16 como
parte de la gira que hacen los dirigentes de la Mesa de la Unidad
Democrática por todo el país con el mismo propósito. Lo acompañaron sus
colegas Simón Calzadilla, segundo vicepresidente de la Asamblea
Nacional, y Gaby Arellano. Hicieron mítines en la Universidad de Los
Andes o en municipios como Tovar y Zea, declararon a los medios locales y
se reunieron con el cardenal Baltazar Porras.
El
presidente del Parlamento asegura que “ni las impertinencias” que dice
son casuales, que cada una de sus expresiones son premeditadas. Y su
comportamiento lo demuestra: ejerce la política desde hace tantos años
que parece medir cada sílaba o cada gesto que realiza.
En
las redes sociales últimamente ha habido cierto descontento con su
verbo agresivo, a veces vulgar para algunos, cuando responde a los
abusos del presidente Nicolás Maduro, del TSJ o del CNE. La noche del
viernes, desde Tovar, dijo sobre Maduro: “Es el hijo bobo del nada
ilustre muerto. Mapleto y vagabundo”. Y luego, le tocó a Diosdado
Cabello: “Es la chepa candela que anima Con el mazo adentro”.
Cuando
se desata la andanada de ataques contra el gobierno, en un país en el
que 76,4% de la población rechaza la gestión del mandatario
(Venebarómetro, septiembre 2016), el público estalla una y otra vez en
risas, o improvisa sus propios insultos, como un joven en Zea: “Son unos
parásitos”.
A lo que, el
aparentemente descontrolado diputado, hace una pausa y le responde:
“Parásitos sería un elogio. A Maduro 8 de cada 10 venezolanos lo quiere
sacar porque es una pústula que dejó el galáctico (Hugo Chávez), el
megalómano ese que tenía tantas carencias afectivas. Cuando se diluya el
mito, Chávez quedará en el pote del basurero, porque destruyó al país.
¡No nos borró del mapa porque se murió!”.
Y
una vez que la gente ha reído un buen rato con las ocurrencias del
secretario general de AD, les pide silencio y atención ante algo “muy
cuidadoso” que debe decirles. La gente obedece, los ojos se abren, y
entonces les suelta la almendra del mensaje.
Uno
a uno, Ramos Allup enumera los abusos del Poder Judicial contra el
Parlamento: desde la orden de desincorporación de los diputados de
Amazonas, pasando por la acusación de desacato por incorporarlos, hasta
llegar a la autorización para que sea la propia Sala Constitucional la
que apruebe el presupuesto de la nación. Al culminar, alerta que la
próxima decisión muy probablemente podría ser el asesinato de la
solicitud del revocatorio por la supuesta contaminación del 1%.
Y
entonces vuelve a 2005, a un momento en el que no era tan querido como
ahora, para admitir que fue un error apostar a la abstención y no acudir
a las parlamentarias.
“¿Y qué pasó?
Hicieron lo que quisieron con la Asamblea. ¿Vamos a hacer lo mismo
ahora? ¿Nos retiramos con el juego ganado? Tendremos que superar los
requisitos inconstitucionales y legales que inventen, las ocurrencias de
las comadres y las amenazas. Ese es el trabajo que tenemos por delante.
Tratándose del ejercicio de un derecho constitucional, tenemos que
defenderlo. Si me ponen la máquina en la quinta paila del infierno, ¡me
pongo mi traje de bombero y voy! ¡Pero mis derechos no los voy a
ceder!”, asevera, y las personas que fueron a escucharlo, como si de una
elección presidencial se tratara, estallan en aplausos.
Al
cerrar su discurso, el presidente de la AN reitera la importancia de la
recolección del 20%, de permanecer en las calles el 26, 27 y 28 de
octubre en defensa del derecho a revocar al presidente. Y pide apoyo a
las decisiones que tome la MUD para lograr la consulta luego de la
recolección, porque “un político sin dirigente es como un carro sin
gasolina”. La gente aplaude, tan excitada como cuando el diputado le
gritó “idiota” al presidente.
El
discurso de Ramos Allup, con variaciones para adaptarlo a la Cámara de
Comercio de Mérida, a los estudiantes de la ULA o al grupo de discusión
La Tertulia, lo repite desde las 6:00 am, cuando ya tiene un par de
horas despierto y varios cafés encima, hasta las 10:00 pm, cuando hace
el último de los 9 actos que puede hacer en un día.
La
energía con la que pronuncia sus palabras, confunde —incluso cuando
lleva varias horas sin comer nada, como acostumbra—, y hace poco creíble
que el dirigente tenga 72 años. Pero basta hablar unos minutos a solas
con él para comprobar que sí los tiene, y que la mayoría de ellos los ha
pasado metido de lleno en política: en todo momento evoca frases que le
dijo Rómulo Betancourt o cuentos que vivió con Carlos Andrés Pérez,
expresidentes por los que no oculta una gran admiración. Los militantes
de AD, muchos de ellos hechos en socialismo, pues por poco superan los
20 años, lo escuchan con atención en cada ocasión.
Aunque
su verbo sea duro y despierte los deseos más vehementes de un cambio
inmediato, la estrategia revelada luego de ganar la atención de la gente
se apega absolutamente a una de las frases favoritas de Betancourt: “La
paciencia es un árbol de raíces amargas, pero frutos dulces”. Y aunque
el gobierno ataque cada vez con más encono, Ramos Allup parece haber
aprendido una lección que, cuando era presidente, le dio CAP: “Al
enemigo hay que matarlo con un puñal de seda”.
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