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domingo, 9 de julio de 2017

Editorial de El Comercio: La debacle de Maduro


Esta semana, al tiempo que Venezuela conmemoraba el aniversario de su independencia, dos nuevos hitos marcaron la grave crisis política, económica y social en la que el país bolivariano se encuentra sumergido: el cobarde ataque de colectivos chavistas –con palos y piedras en mano– a la Asamblea Nacional Legislativa (ANL) y la decisión del Tribunal Supremo de Justicia (TSJ) de cambiar el régimen carcelario del líder opositor Leopoldo López por el de arresto domiciliario.


Sobre lo primero, según informó el presidente de la ANL, Julio Borges, alrededor del mediodía del miércoles una turba de manifestantes rodeó el Palacio Federal Legislativo y mantuvo cautivas por más de siete horas a cerca de 350 personas (entre diputados, periodistas y trabajadores públicos). Ello ocurrió mientras se discutía la convocatoria –finalmente aprobada– de un plebiscito nacional para refrendar o anular la Asamblea Constituyente que viene impulsando el gobierno dictatorial de Nicolás Maduro (medida esta última que, además de ser inconstitucional, otorgaría carta libre al Ejecutivo para que redacte una nueva Constitución a su antojo). Como resultado del ataque, al menos cinco diputados y siete empleados fueron heridos.
Si bien la gravedad de lo ocurrido esta vez escaló a niveles no antes vistos, no se trata de la primera vez que el Congreso venezolano, de mayoría opositora desde el año pasado, es asediado por colectivos chavistas. Tanto el 23 de octubre pasado como el 28 de junio último, días antes del más reciente ataque, seguidores del régimen emprendieron atropellos similares ante la mirada condescendiente de los efectivos policiales.
A estas alturas, es evidente que el continuo maltrato que viene sufriendo la ANL, al ser primero declarada en “desacato” por el Ejecutivo y luego viendo reducidas sus competencias por dos cuestionables sentencias luego revocadas del TSJ, no se agota en las mañas legales. Los actos vandálicos de esta semana arrastran la crisis en el país llanero a una delicada situación en la que se han terminado de borrar no solo las fronteras que separan los poderes del Estado, sino también las garantías más básicas de respeto y protección para los ciudadanos que no se alineen con el régimen (no en vano Maduro advirtió el pasado 27 de junio: “[Si] fuera destruida la revolución bolivariana, nosotros iríamos al combate […] y lo que no se pudo con los votos, lo haríamos con las armas. ¡Liberaríamos nuestra patria con las armas!”).
En esta coyuntura, sin embargo, ocurrió luego el segundo evento aludido al inicio, más bien positivo y acaso fruto de la presión generada sobre el régimen como consecuencia del ataque a la ANL. En efecto, la madrugada de ayer, y tras pasar más de tres años recluido en una prisión militar, Leopoldo López fue por fin trasladado a su casa en Caracas para que cumpla desde allí el resto de su condena.
López, quien fue acusado sin fundamento de varios delitos y condenado en el 2014 a casi 14 años de prisión, se había convertido en uno de los símbolos más representativos de la fuerza opositora a la dictadura. El cambio en su régimen carcelario es una buena noticia, pero no borra la injusticia de la condena en su contra ni la de todo el daño ya cometido contra él y su familia. Y en ese sentido, es necesario todavía exigir su libertad absoluta, así como la del resto de presos políticos que aún mantiene el chavismo.
Mención aparte merece el inaceptable nivel de violencia que desde hace meses envuelve a Venezuela y que se ha acrecentado en las últimas semanas. Y es que la cruenta represión que vienen ejerciendo los efectivos militares y comandos chavistas contra las protestas ciudadanas ya ha dejado más de 90 muertos en poco más de tres meses.

Así las cosas, ha hecho bien el canciller Ricardo Luna en reafirmar que el Perú no enviará de regreso a un embajador a Venezuela mientras esta situación se mantenga y resulta injustificable que hasta ahora la OEA no haya alcanzado un consenso para condenar las tropelías del chavismo debido a la vergonzosa complicidad de algunos gobiernos. Hoy más que nunca resulta indispensable que se dejen de lado las ideologías y que, de una vez por todas, la región se muestre unida en contra de un régimen opresor y sanguinario que ha llevado a su país a la debacle.

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