Foto: Archivo
María Corina Machado
Hoy ya todos los venezolanos sabemos lo que significa para el bolsillo y para el país la economía del socialismo del siglo XXI.
Lo crucial es que no estamos condenados a padecerla más. A pesar de la
tragedia y la devastación que este régimen ha ocasionado; con
imaginación, responsabilidad y sentido de Estado podemos superar la
actual crisis económica mucho más rápido de lo que
parece.
Ese esfuerzo por cambiar lo malo por un camino de prosperidad
para todos los ciudadanos, es hoy uno de los desafíos más grandes que
tenemos como sociedad. No se trata solamente de solucionar la emergencia
coyuntural, sino de encaminar el país hacia un nuevo modelo, que
permita solidez económica y crecimiento sostenido, que promueva la
creación de riqueza, respete la dignidad humana y deje la pobreza en el
pasado.
Para eso hay que realizar cambios
profundos y estructurales. Hay que sustituir este socialismo ineficaz y
desastroso, por un modelo que nos proporcione seguridad y muchas
oportunidades. Necesitamos construir un nuevo modelo socioeconómico que
promueva el ascenso de todos.
Es indispensable lograr una sana
relación ciudadano-Estado, que garantice la prosperidad económica, el
bienestar de cada uno de nosotros, sin exclusión de cualquier tipo, y
que sea garante de las libertades políticas, civiles, y de la
democracia: necesitamos urgentemente lograr una institucionalidad con
los incentivos correctos, que promueva el trabajo, la excelencia y la
innovación, para lograr tanto el bienestar económico como el desarrollo
integral de cada persona. Queremos una economía para la gente, no para el gobierno.
Dejaremos atrás para siempre el hambre y
la violencia con un nuevo modelo socioeconómico que comience por
garantizar la seguridad jurídica y el Estado de Derecho: respeto a la
vida, la propiedad privada y la libertad. El segundo paso es facilitar
la creación de empresas para generar muchos empleos productivos y bien
remunerados. El tercero es una moneda fuerte y estable en un entorno
macroeconómico equilibrado. Los tres aspectos son importantes para que
se libere la energía creadora, la innovación y el emprendimiento de los
ciudadanos.
La inflación es culpa
del desorden e irresponsabilidad con que el gobierno gasta más de lo que
le ingresa. Ese desastre en el gasto ha demolido la solidez de nuestra
moneda, que hoy por hoy no vale nada, y ha arruinado a los ciudadanos
cuyos ingresos y ahorros son en bolívares. El Banco Central
no puede seguir financiando el gasto del gobierno a través de la
emisión de dinero. Por lo tanto, la disciplina fiscal es un imperativo
que se debe alcanzar, manejando con eficiencia y transparencia el gasto
público. Es importante que el Estado tenga el tamaño adecuado. Parte de
ese proceso requerirá que el gobierno se desprenda de una serie de
empresas ineficientes, y permita su reactivación y gerencia a través de
un sector privado productivo, competitivo y responsable. De igual forma,
debemos retomar el camino de la descentralización, para acercar más las
decisiones al ciudadano; no solo a los estados, sino mas allá, hasta
los municipios y parroquias. Se requiere un Estado reducido, pero
fuerte, eficiente y transparente.
El petróleo en manos
del gobierno es otro tema que debemos replantearnos. Lo que conviene al
país es que hagamos todos los esfuerzos posibles para volver a hacer
nuevamente competitiva la actividad petrolera, sin dejar de considerar
la nueva realidad del mercado mundial y las características que muy
posiblemente lo definan en los próximos años. Para esto, el Estado debe
permitir y estimular la inversión privada nacional y extranjera en todas
las áreas del sector energético; con un gran desafío: pasar de la
Venezuela petrolera a la Venezuela energética. También, para lograr la
inversión y democratización del capital, debemos promover un sector
financiero más amplio y profundo, y un vibrante mercado de capitales.
Ya nadie duda que es necesario
diversificar nuestra economía. No podemos seguir dependiendo únicamente
del petróleo. El sector productivo, que ha sido destruido, requiere
inversiones muy grandes -locales y extranjeras-, para insertarse en las
cadenas mundiales de valor. Con reglas de juego claras, justas, sin
privilegios, y con los incentivos apropiados: estímulos impositivos,
facilidad para abrir empresas, etc; promoveremos el desarrollo de muchos
sectores en los cuales Venezuela tiene un enorme potencial: agrícola,
industrial, tecnológico, cultural, turístico, y comercial.
La fuerte reducción en la emisión de
dinero -indispensable para controlar la inflación- se traducirá en una
reducción del gasto público. Habrá que asumir un nuevo endeudamiento
interno y externo para atender la emergencia y encauzarnos a la
estabilización. En una economía acostumbrada a monetizar el déficit
fiscal, detener esta situación no es fácil y afectará a todos los
sectores de la población. Pero el costo de la criminal ineficacia de
estos años no puede recaer en los venezolanos más vulnerables. Por eso, y
por fin, vamos a construir políticas sociales modernas y eficientes;
subsidios directos e inmediatos, servicios públicos de primera calidad,
escuelas dignas con alta tecnología y centros hospitalarios bien
dotados, son la otra cara de la transformación a la nueva economía.
Tantos años de lucha y sacrificios
frente a un régimen que exacerbó el populismo, el clientelismo, el
centralismo, el estatismo y el militarismo, nos dejaron profundos
aprendizajes. La transición no sólo implica construir nuevas
instituciones políticas, también un sistema de incentivos y garantías
para establecer una economía vibrante, abierta y competitiva; que
permita que vayamos todos para arriba. Un país de propietarios, de
emprendedores, con una economía para la prosperidad.
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