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domingo, 25 de febrero de 2018

La crisis venezolana cada vez saca a más niños de la escuela y los obliga a trabajar

A child colors a graphic design in the shape of Venezuela in the slum of Petare in Caracas, Venezuela February 22, 2018. REUTERS/Marco Bello
Un niño colorea un mapa de  Venezuela en Petare 
,  Caracas, Venezuela REUTERS/Marco Bello

Ya no solo se ven jóvenes de entre 13 y 17 años trabajando en la calle, ya hay niños de 6 años con sus hermanitos más pequeños y adolescentes de 15 con bebés en brazos, publica Crónica Uno.
Por Mabel Sarmiento @mabelsarmiento 

 
Caracas. Colectores, ayudantes domésticos, vendedores ambulantes. La crisis económica y social que vive el país ha obligado a los más jóvenes a buscar oficio: todos los miembros del hogar necesitan poner algo en la mesa.
Con una agilidad tremenda, Gregory, que vestía una camiseta blanca y un pantalón azul escolar, entregaba a los pasajeros caramelos y con la misma velocidad los recogía. Se veía con afán y sin distracción.
“¿Por qué no estás estudiando?”, dijo una señora desde la parte de atrás de la camioneta, que iba por la avenida Nueva Granada.
“Sí estudio, voy después del mediodía. En la mañana tengo que trabajar”, respondió sin tapujos el niño al tiempo que guardaba los caramelos en un morral de la Patria, uno de los tres millones que el Gobierno aseguró haber entregado durante el inicio del año escolar 2017-18. Cada caramelito de coco tenía un valor de 2000 bolívares.
Cuando le preguntaron qué edad tenía no titubeó: “Tengo 9 años”, y cuando inquirieron el paradero de su mamá, expresó: “Está con mis hermanitos más pequeños”.
La conversación no lo entretuvo, así como subió a la unidad, con la misma velocidad se bajó. Andaba solo, no estaba con otro de los que llaman “charleros”.
El trabajo a temprana edad es una realidad para los jóvenes como Gregory. Por comida dejan el hogar y la escuela. Los que no tienen otra opción con qué rebuscarse caen en la mendicidad y de ahí, el paso es más corto para incurrir en el delito o decantarse por la prostitución.
Además, ya no solo se ven jóvenes de 13 a 17 años deambulando, hay niños de 6 años con sus hermanitos más pequeños y adolescentes de 15 hasta con bebés en brazos.

Cifras en ascenso

La Oficina Internacional del Trabajo (OIT) estima que la cantidad de niños, de entre 5 y 17 años, que trabajan en el mundo como mano de obra barata ronda los 250 millones.
Muchos de ellos provienen de familias rurales empobrecidas que deben emplear a cada miembro para sobrevivir; otros incluso trabajan en condiciones funestas de explotación sistemática.
Según Naciones Unidas, “cerca de 168 millones de niños trabajan en el mundo, muchos a tiempo completo. Ellos no van a la escuela y no tienen tiempo para jugar. Muchos no reciben alimentación ni cuidados apropiados. Se les niega la oportunidad de ser niños. Más de la mitad de estos niños están expuestos a las peores formas de trabajo infantil, como trabajo en ambientes peligrosos, esclavitud, y otras formas de trabajo forzoso, actividades ilícitas incluyendo el tráfico de drogas y prostitución, así como su participación involuntaria en los conflictos armados”.
En Caracas, Venezuela, no se sabe cuántos menores se lanzaron a la calle para ejercer algún tipo de oficio. Sin embargo, según un informe de la Unicef: “No más trabajo infantil, una meta posible de alcanzar (2009)”, el número de niños y niñas trabajadores en Venezuela entre 10 y 15 años, para el año 2007, se encontraba en 800.774.
La Convención sobre los Derechos del Niño obliga a los gobiernos a proteger a los jóvenes menores de 18 años de la explotación laboral, de la exposición a trabajos peligrosos y del trabajo que pueda interferir con la educación.
La cifra de la Unicef coincide con la última oficial registrada por el Instituto Nacional de Estadística (INE) que data de 2010, cuando se contabilizó que había 5% de los niños y adolescentes trabajando en el país, lo que para ese momento equivalía a unos 800.000 muchachos.
La ausencia de estadísticas oficiales que revelen la situación actual, no solo invisibiliza el tema, sino que favorece la no aplicación de planes y programas que prevengan la situación.
Se expande la crisis
En 2008 el fallecido presidente Hugo Chávez creó la Misión Niños y Niñas del Barrio, bajo la premisa de garantizar los derechos de los niños, niñas y adolescentes que de una u otra manera se encontraban en situación de vulnerabilidad.
El 10 de diciembre de 2011, en un acto celebrado en el Teatro Teresa Carreño, llamó a los niños de la Patria “la Generación de Bolivaritos”. “Viva la Patria para nuestros hijos”, repitió durante su alocución.
También activó la Misión Música, la Niño Jesús, el programa Canaimita, reeditó el de alimentación escolar. Y todo porque, según decía, “los niños no pueden ser de la calle”, “tienen que ser de la escuela y el deporte”.
Letra muerta años después
En zonas del municipio Libertador como Bellas Artes, Quinta Crespo, El Paraíso, Chacaíto, La Bandera, La Hoyada y las avenidas Andrés Bello, Libertador, Baralt y Casanova se observan niños, a cualquier hora del día, deambulando y metidos en oficios que los alejan del sistema escolar.
De acuerdo con el control de las escuelas de Fe y Alegría en el occidente del país, al 18 de enero se había reportado hasta 70 % de ausentismo escolar y Fausto Romeo, presidente de la Asociación de Institutos Educativos Privados, estima que la asistencia a clases solo llega a 60 %
A los niños se les ve vendiendo bolsas de pan que les consiguen los adultos, caleteando bultos, en puestos de verduras tras los mostradores, en los puntos donde alquilan teléfonos o venden café. Los más grandecitos, de más de 12 años, se suben a las unidades, incluso con sus uniformes, y hacen trabajo de colectores.
“Con lo que me pagan llevo algo para la casa”, comentó Luis, uno de los niños que trabaja, mientras guindaba de la puerta de un autobús que salía de La Hoyada hacia Coche.
Su destreza llamaba la atención de los usuarios. Iba con la mitad del cuerpo afuera, casi se sujetaba con una sola mano y en la otra llevaba el fajo de billetes de Bs. 100 y Bs. 50.
Tenía los zapatos rotos y las trenzas desanudadas. Su franela, con la insignia del liceo Ávila, estaba tan curtida como si estuviera saliendo de un partido de fútbol, sus manos también estaban sucias; no jugaba fútbol, estaba trabajando.
Fotos: Francisco Bruzco

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