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miércoles, 31 de octubre de 2018

Aumenta el número de suicidios en una Venezuela donde reina la desesperación (The Washintong Post)


En los últimos meses se ha producido una migración masiva de venezolanos ante la profunda crisis que se vive en el país (Bloomberg / Manaure Quintero)
En los últimos meses se ha producido una migración masiva de venezolanos ante la profunda crisis que se vive en el país (Bloomberg / Manaure Quintero)
Los pacientes llegan de noche o a plena luz del día, vivos y, a veces, muertos.
Un aumento récord de suicidios en Venezuela está desgastando a los médicos que trabajan en el hospital universitario del estado andino de Mérida. Las personas que han intentado quitarse la vida llegan a un ritmo incierto que genera temor en los profesionales que las reciben.

"Vivimos entre el terror y la impotencia", comentaba Ignacia Sandia, que encabeza el departamento de psiquiatría. "Constantemente pensamos que no podemos hacer lo que deberíamos en el momento que podemos, y estamos aterrorizados de que los pacientes se suiciden y que no haya nada que podamos hacer por ellos".
Los suicidios están aumentando rápidamente en esta nación que una vez fue rica, pero particularmente en la montaña de Mérida, donde están alcanzando niveles nunca vistos. El Observatorio de Violencia de Venezuela, una organización no gubernamental, estima que la tasa de suicidios del estado fue de más de 19 por cada 100.000 en 2017. Solo 12 naciones tienen una tasa tan alta.
Tales muertes se están volviendo comunes en una población plagada de hiperinflación, hambre y emigración masiva. Xiomara Betancourt, una neuróloga que dirige los servicios de salud mental en Corposalud Mérida, el sistema de salud pública, culpó a la escasez de medicamentos antidepresivos y contra la ansiedad y a la soledad cuando los seres queridos se van.

Gente esperando en una oficina gubernamental para tramitar el pasaporte (Bloomberg / Manaure Quintero)
Gente esperando en una oficina gubernamental para tramitar el pasaporte (Bloomberg / Manaure Quintero)
"Es un cóctel, una multitud de factores que han convergido", apuntó.
Mérida, un poco más pequeña que Connecticut, es conocida por sus ciudades agrícolas y los picos nevados. Tiene aproximadamente 1 millón de habitantes. Los apagones sacuden la región. La escasez de gasolina y de transporte público obliga a los residentes a hacer autostop en las calles llenas de basura. Los estudiantes de la Universidad de los Andes han huido, llevándose consigo un optimismo contagioso.
A falta de cifras oficiales confiables, el Observatorio de la Violencia realizó una colecta de noticias en prensa y registros policiales y hospitalarios para documentar más de 190 suicidios en Mérida el año pasado.
La muerte de Ángel Isol Méndez, de 75 años, fue un reflejo de la situación de muchas personas. Su bodega en un pueblo rural se quedó sin bienes. El hambre se apoderó de su cuerpo y la falta de insulina llenó sus pies con llagas. El 23 de agosto, su hijo lo encontró en la trastienda, muerto a tiros autoinfligidos con su propio revólver.
"No quedaba nada por vender, nada, ni siquiera un caramelo", dijo su esposa, Sonia Arellano. "Todo iba mal. Se sentía como un prisionero. Creo que la situación lo obligó a tomar una decisión".
Muchas decisiones fatales, dicen los médicos y las autoridades, se toman por impulso. Eudis Miguel Valero Sánchez, de 20 años, se rompió la pierna el año pasado al caer de una camioneta. Cayó en una profunda depresión y, después de una pelea en Nochebuena, salió corriendo de la casa y se ahorcó.
"Todavía vengo aquí para preguntarle por qué lo hizo", decía su madre, María Leida Sánchez, mientras estaba de pie debajo del árbol donde murió su hijo.
El gobierno ha sido opaco con esas muertes. Al igual que con la inflación, los homicidios y las estadísticas de VIH, el gobierno autocrático del presidente Nicolás Maduro, a menudo, ha guardado silencio durante años. Sin embargo, fragmentos de datos confirman la oleada. En Caracas, hubo 131 suicidios en junio y julio, según un documento policial de investigación nacional obtenido por Bloomberg News. Eso implica un total este año de 786 solo en la capital. Si lo comparamos, toda la nación tuvo 788 suicidios en 2012, la última contabilidad confiable del Instituto Nacional de Estadísticas de Venezuela.
"Es una situación crónica", dijo la psiquiatra de Caracas Minerva Calderón. "Una sensación de desesperanza se apodera, y la gente ve que no hay salida".
Convite, un grupo de defensa de las personas mayores, afirmó que los suicidios entre los venezolanos de mayor edad aumentaron, en 2017, un 67 por ciento respecto al año anterior. Este mes, el grupo de derechos de los niños Cecodap publicó un estudio que muestra un aumento del 18 por ciento en los suicidios de menores en 2017.
Las tarifas de Mérida han superado durante mucho tiempo el promedio nacional. Los números del año pasado aún se están recopilando, pero los analistas dicen que la policía que registra las muertes, subestima sistemáticamente la realidad.
"Ningún gobierno se beneficia al revelar estadísticas que prueben que su país es uno de los más violentos del mundo", afirmó Gustavo Pérez, que dirige el capítulo de Mérida del Observatorio de la Violencia.
Ni la división de policía de investigación de Mérida ni el Ministerio del Interior de Venezuela respondieron a las solicitudes de entrevistas y datos oficiales.
Mérida está enclavada en montañas cerca de la frontera con Colombia, y los psiquiatras dicen que la autolesión siempre se ha elevado allí como reacción a una cultura conservadora y cerrada. Otros señalan que el alcoholismo y los rasgos genéticos se hacen más prevalentes. La administración de Maduro está empeorando las cosas al negar que el colapso de la nación es algo que está pasando, según Sandia, la jefa del departamento de psiquiatría.
"La pregunta para el que sufre es: '¿Soy el único que está pasando por eso? Si el problema no es el gobierno, si no es la situación en el país, el problema soy yo y si muero lo resuelve todo", agregó.
Adriana Rangel, una contable de 30 años, afirmó que su padre se sentía como una carga después de que una rara enfermedad autoinmune terminara con su carrera en publicidad. Los días de José Félix Rangel se convirtieron en una interminable búsqueda de medicamentos, y pasó noches sin dormir en su casa de Mérida tocando la guitarra en compañía de su perro Coco.

"Se sintió completamente consumido por la situación en el país", relataba Adriana Rangel.

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