Kervin, Alejandro, Carmen y Rafael
caminan por las calles de Caracas con los zapatos rotos o desgastados;
una imagen que hace juego con el agrietado y viejo asfalto de las calles
de Venezuela, donde cada calzado deteriorado es la cruda expresión de
la crisis del país con las mayores reservas petroleras del mundo.
Ellos, al igual que miles de
venezolanos, se enfrentan a la difícil situación de no tener cómo
comprar ni siquiera un par de zapatos de baja calidad, cuyos precios
oscilan hoy entre los 700 y 3.000 bolívares (11 y 48 dólares, según la
tasa oficial).
Para esta sociedad, que se caracterizó
por ser consumista y por adquirir piezas de vestuario de marcas
reconocidas, se hace cada vez más complicado comprar cualquier tipo de
zapato, incluso el más barato.
Los de alta gama tienen precios que
pueden superar los 20.000 bolívares (322 dólares) y el promedio de los
venezolanos percibe salario mínimo, 1.800 bolívares (29 dólares).
Sin embargo, el valor de los zapatos es
solo una referencia debido a que el mismo puede aumentar en cuestión de
días o semanas por la difícil situación que atraviesa Venezuela, con una
inflación diaria de 4 %, y porque es un negocio que se rige
estrictamente por el dólar del mercado negro, hoy dos veces superior al
oficial.
Bajo este escenario, cada vez son más
los ciudadanos que acuden a sus lugares de trabajo o estudio con zapatos
rotos y desgastados; tal es el caso de Kervin Martínez de 21 años, un
joven estudiante de posgrado de Pediatría que aseguró a Efe que lleva
dos años sin comprar calzados porque los precios son muy “altos”.
Martínez, que portaba unas zapatillas
con suelas casi inexistentes, indicó que durante este tiempo ha
conseguido calzados “regalados” o porque su papá le envía desde el
extranjero.
Con zapatos regalados, usados y
desgastados también camina Carmen Rosa Ruda mientras observa los precios
de una zapatería en el este de Caracas.
La mujer de 69 años dijo a Efe que no
paga por un par de zapatos “desde que empezó” la crisis, “hace cuatro
años”, porque, asegura: “o como o compro zapatos”.
En el país ya es engorroso cubrir la
cesta alimentaria para una familia de 4 personas, pues también supera
los 20.000 bolívares, según el Centro de Documentación y Análisis para
los Trabajadores (Cenda), pese al intento del Gobierno de querer
controlar los precios de al menos 33 productos alimenticios y de
limpieza.
Ruda, dedicada al servicio doméstico por
el que percibe sueldo mínimo, contó a Efe también que tiene varios
nietos y que para el inicio del año escolar los integrantes de su
familia juntaron dinero entre todos para poder comprar algunos de los
calzados de los niños.
Otros debieron conformarse con zapatos regalados, pero ya usados.
Un habitante del centro de Caracas que
se identifica como Rafael Pulido compra la suelas de los zapatos para
ponérselas a los calzados usados que le regalan.
“¿Ahorita cómo gana uno para comprarse
unos zapatos nuevos, con lo caros que están?”, se preguntaba Pulido
mientras conversaba con un zapatero que le vendía en 500 bolívares (8,3
dólares) la suela.
Además, en las protestas casi diarias
que realizan los trabajadores venezolanos por los bajos salarios en la
administración pública, esta también ha sido una denuncia, pues muchos
de ellos muestran a periodistas sus zapatillas rotas.
Los zapatos, que para muchos son un
sinónimo indiscutible de presencia y elegancia, en Venezuela solo son un
recordatorio de la pobreza que en la mayoría de los casos ya es
extrema, pues los venezolanos tienen un ingreso diario inferior a los
1,25 dólares que establece la ONU para hacer esta calificación.
La adquisición de zapatillas nuevas
tampoco es fácil para quienes ganan montos superiores al salario mínimo y
así lo afirma Alejandro Camacaro, dedicado a la venta de seguros.
Aunque no tiene hijos y la mayoría de
sus familiares viven en otros países, para Camacaro, cuya indumentaria
parece la correspondiente a la de una oficina aunque con unos zapatos
bastante estropeados, es difícil comprarse un calzado porque con lo que
percibe tampoco le alcanza.
Mientras, los padres venezolanos hacen
malabares para rendir el dinero entre comida, medicinas y artículos
esenciales que requieren sus hijos, incluyendo la vestimenta.
En medio de este escenario las
zapaterías pasan la mayor parte de la jornada sin clientes o con
venezolanos que solo observan desde afuera los elevados costos que el
Gobierno quiere regular, según asomó el presidente en agosto pasado como
medida para enfrentar la crisis.
EFE
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