LONDRES
Hace apenas
unos meses, parecía que la riqueza mundial era cada vez más sólida. Por
primera vez desde el suplicio de la crisis financiera mundial que acabó
con la riqueza, todas las principales economías estaban creciendo al
unísono.
Pues ya no.
Ahora, la
economía global se está debilitando palpablemente, e incluso la mayoría
de los países aún están enfrentando los daños de esa recesión. Muchos
países están sumidos en un estancamiento o van en camino a él. Los
precios del petróleo están bajando y los pedidos a las fábricas están
disminuyendo, lo cual refleja una disminución en la demanda de
mercancías. Las empresas advierten que habrá ganancias desalentadoras,
lo cual propicia que exista una ola desenfrenada de ventas en los
mercados accionarios que intensifica la desaceleración.
Alemania y
Japón se han contraído en los meses recientes. China se está
desacelerando más de lo que esperaban los expertos. Incluso Estados
Unidos, la economía más grande del mundo, que con frecuencia recibe
elogios por tener un desempeño destacado, espera una desaceleración para
el próximo año cuando desaparezcan los efectos de estímulo del recorte
fiscal por 1,5 billones de dólares del presidente Donald Trump y dejen
una enorme deuda pública.
Las razones de
este giro van desde el aumento en las tasas de interés determinado por
la Reserva Federal y otros bancos centrales hasta el desarrollo de la
guerra comercial desatada por el gobierno de Trump. La probabilidad de
que la tortuosa salida de la Unión Europea por parte del Reino Unido
dañe el comercio en el canal de la Mancha ha desalentado la inversión.
Nada de esto
llega a ser una emergencia alarmante, ni siquiera una caída pronunciada
de la actividad comercial. La Organización para la Cooperación y el
Desarrollo Económicos (OCDE) —un centro de investigación integrado por
los países más avanzados del mundo— concluyó recientemente que la
economía mundial crecería un 3.5 por ciento el próximo año, abajo del
3.7 por ciento que creció este año.
Sin embargo, al
declarar que “el crecimiento global ha alcanzado su punto máximo”, los
investigadores de la OCDE concluyeron en efecto que la situación actual
es la mejor que puede haber antes de la siguiente pausa o recesión. Si
en verdad es este el punto más alto de la prosperidad mundial, entonces
es probable que se horroricen las decenas de millones de personas que
todavía no se han recuperado de la devastación de la Gran Recesión.
Pese a que la
desaceleración parece moderada, también tiene el potencial de
intensificar la sensación general de agravio que irrita a muchas
sociedades, lo que contribuye a la aceptación de populistas con
tendencia a la autocracia. En una era de lamentos por la injusticia
económica, y con el avance de movimientos políticos que tachan de
amenaza a los inmigrantes, es probable que un crecimiento más débil
estimule un mayor conflicto. Un crecimiento más lento no hará que nadie
se sienta más seguro acerca de la posibilidad de que los robots
remplacen la mano de obra de los humanos, o de que los empleos tengan
salarios más bajos.
“Solo va a
exacerbar las tensiones que han provocado los problemas políticos y
socioeconómicos que hemos visto en Estados Unidos y parte de Europa”,
señaló Thomas A. Bernes, economista en el Centro para la Innovación en
Gobernabilidad, una institución de investigación canadiense. “La
desigualdad será todavía más pronunciada”.
En Grecia,
España e Italia, la tasa de desempleo para los jóvenes está estancada y
rebasa el 30 por ciento. En el Reino Unido, el trabajador promedio no ha
recibido un incremento en su salario durante más de una década, después
de contabilizar la inflación. La economía de Sudáfrica actualmente es
menor que en 2010, y ahora este país está atrapado en una recesión.
En Estados
Unidos, la tasa de desempleo ha caído a un 3.7 por ciento, su nivel más
bajo desde 1969. Sin embargo, de acuerdo con el Departamento del
Trabajo, tanta gente ha dejado de buscar empleo que, contando desde
octubre, menos de dos terceras partes de la población en edad productiva
tienen empleo. Esta resultó ser una proporción menor que antes de la
crisis financiera de 2008.
“Vemos una
generación perdida”, comentó Swati Dhingra, economista en la Escuela de
Economía de Londres. “Ya de por sí había un estancamiento en los
salarios y la productividad y ahora la guerra comercial lo ha exacerbado
todo”.
Parece que el
mayor riesgo para el crecimiento global es que la guerra comercial está
funcionando, al menos en parte, como fue planeada.
Trump ha
atacado a China como si fuera una amenaza mortal para la supervivencia
de Estados Unidos, acusando a Pekín de subsidiar exportaciones y robar
propiedad intelectual. Ha impuesto aranceles a $250,000 millones de
exportaciones chinas con el fin de presionar a Pekín para que cambie su
conducta.
Esto no ha
logrado muchos cambios en las prácticas económicas de China. De hecho,
ha aumentado el déficit comercial de Estados Unidos con China, contrario
al objetivo planteado por Trump.
No obstante, ha
puesto obstáculos a la fuerza industrial china. A partir de septiembre,
habían aumentado cerca del nueve por ciento el uso del transporte
ferroviario, los préstamos bancarios y el consumo de electricidad en
comparación con el año anterior, un ritmo menor que el de más del once
por ciento en enero.
Debido a que
China es la segunda economía más grande del mundo, las consecuencias de
su desaceleración tienen amplias repercusiones, lo que ayuda a explicar
la pronunciada caída de los pedidos a las fábricas en Alemania. Los
agricultores estadounidenses han perdido ventas debido a que China ha
respondido a los aranceles golpeando los impuestos de las importaciones
procedentes de Estados Unidos, incluidos los de la soya. Los mercados
accionarios y los precios del petróleo se han desplomado en parte por
temor a que China compre menos mercancía.
Gran parte de
la caída de las cotizaciones bursátiles en Estados Unidos refleja la
situación de cada vez mayor acoso a las principales empresas de
tecnología como Facebook, la cual ha provocado el enojo de la gente por
no evitar que su plataforma sirva como un medio esencial para difundir
la desinformación y la incitación al odio. Pero las acciones del sector
tecnológico también han caído porque muchas empresas, entre ellas Apple,
ahora dependen de China para sus enormes volúmenes de ventas, las
cuales ahora están en riesgo ante la guerra comercial.
Un vistazo al
Twitter de Trump revela que los precios de las acciones son uno de los
puntos de medición que más le preocupan. Conforme retroceden los
mercados, el gobierno de Trump ha enviado señales de que tal vez
considere un cese al fuego con China a fin de reducir el daño económico.
Sin embargo, el
conflicto va más allá del comercio, con los belicistas dentro del
gobierno de Trump que intentan causar daño a China para impedir su
continuo ascenso como una superpotencia mundial. Si esa es la misión,
quizás Trump esté dispuesto a asumir los costos económicos como el
precio de la contención.
Parece que esa
medida es congruente con la obsesión cada vez mayor de Trump con la
Reserva Federal, a la cual el presidente acaba de etiquetar en una
entrevista con The Washington Post como “un problema mucho mayor que
China”.
Al aumentar las
tasas de interés, el Banco Central de Estados Unidos ha estado actuando
conforme a la vieja idea de que demasiado dinero fácil en circulación
durante demasiado tiempo tiende a crear problemas, desde precios más
altos hasta daños financieros. No obstante, el efecto de elevar las
tasas es que se limita el crecimiento económico de Estados Unidos, de
ahí el descontento de Trump.
La medida de la
Reserva Federal también ha provocado dificultades en los mercados
emergentes. Las tasas de interés más altas han orillado a los
inversionistas a abandonar las economías en desarrollo para buscar
oportunidades más seguras y fructíferas en Estados Unidos. Este cambio
en la tendencia ha contribuido a que haya crisis en Turquía y Argentina,
mientras hace mella en el valor de las monedas y desacelera las
posibilidades de crecimiento desde India hasta Sudáfrica.
El Banco
Central Europeo también ha estado retirando el dinero barato que liberó
para combatir la crisis, disminuyendo gradualmente la compra de bonos.
Esto ha encarecido el crédito en todo el continente, privando a las
empresas del capital necesario para financiar su expansión. También ha
eliminado la idea que alguna vez se tuvo de que Europa finalmente había
trascendido el letargo de la última década.
Desde luego, la
economía mundial está muy lejos de aquellas épocas aterradoras de la
crisis financiera. Sin embargo, en realidad nunca recuperó su ritmo lo
suficiente como para generar grandes cantidades de empleos o incrementos
significativos a los salarios de la gente común.
Y ahora, a pesar de todo eso, están transcurriendo tiempos más austeros.
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