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domingo, 1 de marzo de 2009

Amélie Nothomb


Desmenuza como pocos escritores las grandes enfermedades del presente. Amélie Nothomb radiografía el miedo, la identidad, la muerte, la anorexia y, ahora, el amor.

Nació en Japón, pero cuando probó el chocolate supo que era belga. Así que a nadie puede extrañar que, después de haber crecido dando tumbos como hija de padre diplomático entre Nueva York, Laos, Birmania, China o Bangladesh, acabara escribiendo sobre un tema tan crucial como difícil de resolver en nuestros días: la frontera. “Todos mis libros tratan de eso. De las fronteras”, cuenta Amélie Nothomb.

Quizá esa maraña cosmopolita tejida en su obra sea la clave del éxito global que disfruta. Las fronteras exteriores e interiores. Otras cosas también. Asuntos serios como su obsesión por la identidad, y a la vez otros rasgos más livianos, pero no menos determinantes. Una frescura. Un descaro. Un estilo directo y mordaz. Entre irónico y nihilista, siempre rápido, brillante, sorprendente, sujeto a una extraña compulsión que le lleva a escribir a veces más de tres historias al año, aunque sólo publique una.
“Acabo de terminar mi libro número 65”, asegura, abriendo los ojos, un tanto ajena a la melena morena, a juego con sus atuendos negros, coherente con su imagen algo neogótica. Lo ha pulido en su horario espartano. De cuatro a ocho de la mañana, como una especie de vampiresa de la literatura que después de beberse de golpe un litro de té chupa tinta antes de que salga el sol.
Cuando la jornada del resto del mundo comienza, el trabajo de Amélie Nothomb termina. Y así va apilando cuadernos. Unos que han visto la luz, como Estupor y temblores, Metafísica de los tubos, Anticrista, Biografía del hambre o, ahora, De Adán y de Eva (Anagrama), y otros que guarda para sí misma sin enseñar a nadie.
Relatos redactados a mano y escritos previamente en su cerebro, como dice ella, durante alguna noche de insomnio o en los trayectos de metro, bajo las calles de París y Bruselas, entre las que vive a caballo. “En una busco tranquilidad; en la otra, guerra”, comenta Amélie en la penumbra de su despacho en la sede de la editorial Albin Michel, al lado del cementerio parisiense de Montparnasse. Un despacho estrecho y pequeñito donde se apilan cajas, cartas y cuadernos en blanco que le envían sus lectores para alentarla a escribir más y más. No lo necesita. Le sale del alma.

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jueves, 27 de noviembre de 2008

Juan Marsé gana el Premio Cervantes


El novelista barcelonés obtiene el galardón, dotado con 125.000 euros, y se impone así a Ana María Matute, Javier Marías y Caballero Bonald

El novelista Juan Marsé (Barcelona, 1933) ha obtenido el Premio Cervantes 2008, la distinción más importante de las letras españolas, dotada con 125.000 euros. El autor de Últimas tardes con Teresa y Rabos de lagartija se ha impuesto así a otros autores que también sonaban como favoritos, como los novelistas Ana María Matute y Javier Marías, el dramaturgo Francisco Nieva y el poeta José María Caballero Bonald, además del uruguayo Mario Benedetti.

Marsé ha obtenido así el reconocimiento a una de las obras más sólidas de las letras españolas, que incluye títulos célebre como Últimas tardes con Teresa (1965), con el personaje memorable del Pijoaparte, un avisapado escalador social, y Rabos de lagartija (2001), que le valió el Premio Nacional de Narrativa y el Premio Nacional de la Crítica.
El Cervantes de este año es el primero que se ha otorgado tras los cambios introducidos por el Ministerio de Cultura en la composición del jurado, para dar más presencia al mundo de las letras y de la cultura en general y menos a las instituciones dependientes del Gobierno.
Dado que el poeta argentino Juan Gelman ganó en 2007 este premio, el más importante de cuantos se conceden en los países hispanohablantes, las quinielas apostaban este año por un escritor español, y así ha sido. Se ha cumplido esa ley no escrita que reparte el Cervantes alternativamente entre Hispanoamérica y España.
Pero esa tradición se ha roto más de una vez desde que el Cervantes fue instituido en 1975 por el Ministerio de Cultura para rendir anualmente testimonio de admiración a un escritor que, con el conjunto de su obra, haya contribuido a enriquecer el legado literario hispánico.
Cronista de la Barcelona de posguerra
Juan Marsé nació en Barcelona el 8 de enero de 1933 con el nombre de Juan Faneca Roca. Su madre murió en el parto y fue adoptado por el matrimonio Marsé. Crece en la Barcelona de posguerra, alejado de la escuela y casi siempre en la calle de esa Ciudad Condal en la que luego ambientaría su mundo literario.
A los 13 años empieza a trabajar como aprendiz de joyero y pronto empieza a colaborar en revistas de cine y literatura. A los 25 publica su primera novela, Encerrados con un solo juguete, que queda finalista en el premio Biblioteca Breve de Seix Barral.
A los 27 se traslada a París, tras escuchar el consejo de los poetas Jaime Gil de Biedma y Carlos Barral. Allí trabaja como mozo de laboratorio en el Departamento de Bioquímica Molecular del Instituto Pasteur. Mientras tanto, traduce guiones y da clases de español. Poco después regresa a España y tras publicar su segunda novela, Esta cara de la luna (que luego repudiaría), llega Últimas tardes con Teresa (1966), que la vale el Premio Biblioteca Breve y le ofrece cierto desahogo económico.
Más tarde escribe La oscura historia de la prima Montse (1970), Si te dicen que caí (1973), que fue censurada por el franquismo y tuvo que ser publicada en México. Otro gran empujón lo recibió con La muchacha de las bragas de oro (1978), que obtuvo el Premio Planeta.
La consagración definitiva llegó en los noventa, con novelas como El embrujo de Shangai (1994), que logró el Premio Nacional de la Crítica, y Rabos de lagartija (2000), que hizo doblete con el Nacional de la Crítica y el Nacional de Narrativa.

Jurado secreto
La composición del jurado del Cervantes, de once miembros en esta edición, se mantiene siempre en secreto hasta el día del fallo, pero tras los nuevos criterios adoptados, al menos se sabe que formarán parte de él los dos últimos ganadores: el ya citado Gelman y el poeta Antonio Gamoneda.
El Premio Cervantes ha distinguido hasta ahora a 17 escritores españoles y 16 latinoamericanos, de los que sólo dos han sido mujeres, la española María Zambrano y la cubana Dulce María Loynaz. Los galardonados en las sucesivas convocatorias han sido: Jorge Guillén (1976), Alejo Carpentier (1977), Dámaso Alonso (1978), Gerardo Diego y Jorge Luis Borges (1979), Juan Carlos Onetti (1980), Octavio Paz (1981), Luis Rosales (1982), Rafael Alberti (1983), Ernesto Sábato (1984) y Gonzalo Torrente Ballester (1985).
El premio también ha recaído en Antonio Buero Vallejo (1986), Carlos Fuentes (1987), María Zambrano (1988), Augusto Roa Bastos (1989), Adolfo Bioy Casares (1990), Francisco Ayala (1991), Dulce María Loynaz (1992), Miguel Delibes (1993) o Mario Vargas Llosa (1994).
Más recientemente, lo han obtenido Camilo José Cela (1995), José García Nieto (1996), Guillermo Cabrera Infante (1997), José Hierro (1998), Jorge Edwards (1999), Francisco Umbral (2000), Alvaro Mutis (2001), José Jiménez Lozano (2002), Gonzalo Rojas (2003), Rafael Sánchez Ferlosio (2004), Sergio Pitol (2005), Antonio Gamoneda (2006) y Juan Gelman (2007).

http://www.elpais.com/articulo/cultura/Juan/Marse/gana/Premio/Cervantes/elppgl/20081127elpepucul_2/Tes

domingo, 2 de noviembre de 2008

Luis Mateo Díez reincide en el desafío de la novela corta


Intriga y misterio protagonizan 'Los frutos de la niebla'

Tal fue la fascinación irresistible por las novelas cortas que sintió de joven, que ha escrito 12 en los últimos 10 años. Bajo el título genérico de Las fábulas del sentimiento, Luis Mateo Díez (Villablino, León, 1942) ha terminado un ciclo con la publicación de Los frutos de la niebla (Alfaguara), que engloba tres novelas cortas donde las atmósferas de intriga y desasosiego conforman una parte esencial de la narrativa.

"La novela corta", señala este autor y académico de verbo pausado, "representa el reto más difícil para un escritor, es un desafío de la perfección. Siempre me gustó este género porque me di cuenta de que brillantes escritores, con una obra voluminosa, habían dado en él lo mejor de sí mismos y alcanzado el resplandor límite de sus mundos. Fue el caso de Tolstoi, de Conrad, de James o de Kafka, entre los novelistas extranjeros; o de Pérez Galdós, entre los españoles. Una obra maestra y un ejemplo de novela corta la encontramos en La metamorfosis, de Kafka".
A pesar de su devoción por este género literario, Luis Mateo Díez ha cultivado también la novela larga y el cuento y ha logrado crear un universo literario propio. "Es cierto", aclara, "que en las tres novelas cortas de Los frutos de la niebla intentó transmitir una atmósfera misteriosa e inquietante y, en realidad, mis ambientes serían como el espejo de mis personajes. En ese sentido, me gusta situar mis narraciones en unas ciudades imaginarias, que podrían ser del norte de España o de Europa, detenidas en el pasado y donde más que el tiempo parece que reina la eternidad. En una palabra, la atmósfera es un personaje más de mis novelas".
La desgracia de un hombre como enfermedad contagiosa, la radicalidad extrema de unos adolescentes o el retrato de una mujer condenada a una injusta supervivencia configuran los hilos conductores de las tres piezas narrativas de Los frutos de la niebla con la que Luis Mateo Díez cierra el ciclo de novelas cortas.
Confiesa este escritor, que nunca quiso convertir la literatura en una profesión y que trabajó como funcionario hasta su jubilación el año pasado, que toma dos decisiones básicas antes de ponerse a escribir un libro. "Tengo que resolver el género y el título antes de empezar a fabular. Resulta curioso, pero la narración que llevo en la cabeza me pide un género determinado y, por otro lado, sin título ando perdido".
Declarado admirador de Georges Simenon, "por su creación de atmósferas, sobre todo", y aficionado a describir los paisajes desde un punto de vista sensorial y hasta físico, el académico leonés está persuadido de que el paso del tiempo acentúa las sensaciones del recuerdo, es decir, olores, gustos y sabores.
Mientras prepara nuevos proyectos, Luis Mateo Díez hace balance de sus siete años como miembro de la Real Academia Española y explica que los creadores literarios como él aportan "su condición de francotiradores del lenguaje que van más allá de lo debido en vocablos o en sintaxis"."Tengo que resolver el título antes de empezar, sin él ando perdido"

miércoles, 29 de octubre de 2008

El regreso de un mito


Una exposición recoge la llegada de los restos de Blasco Ibáñez hace 75 años

El presidente de la República Niceto Alcalá Zamora, al frente de una delegación de políticos y diplomáticos, recibió el domingo 29 de octubre de 1933 en el puerto de Valencia los restos del escritor valenciano Vicente Blasco Ibáñez, que murió cinco años antes en Menton (Francia) en plena dictadura de Miguel Primo de Rivera. Entre 300.000 y 400.000 personas llegadas de toda España asistieron al regreso del consagrado escritor, periodista y político a su tierra natal. 75 años después, una exposición muestra en las oficinas centrales de Correos de Valencia y en la Estación del Norte cómo vivió la ciudad el último viaje del escritor. Blasco Ibáñez vuelve a Valencia (1933-2008), organizada por la Sociedad Estatal de Conmemoraciones Culturales, en colaboración con la Fundación Centro de Estudios Vicente Blasco Ibáñez, Correos y el Administrador de Infraestructuras Ferroviarias (Adif), recoge fotografías de la época, un documental con imágenes del multitudinario evento y hasta ha editado un facsímil de la edición del diario El Pueblo de aquel día.

Blasco Ibáñez (1867-1928) compaginó su carrera literaria, que le acarreó fama y prestigio en vida, con una prolífica trayectoria política. Antimonárquico y republicano, combatió la dictadura de Miguel Primo de Rivera desde su exilio francés, pero murió antes de que las urnas volvieran a decidir el destino de los españoles. Por eso, en plena ebullición democrática, la Segunda República y la ciudad de Valencia convirtieron su regreso en un acontecimiento de primer orden. Escoltados por la Armada española y una delegación francesa, sus restos, a bordo del Jaime I, arribaron al puerto para ser sepultado en su tierra.
"Hay veces, pocas veces, en las que toda una ciudad se para", destacó ayer la vicepresidenta del Gobierno, María Teresa Fernández de la Vega, en referencia a aquel día en que el espacio público se llenó "para rendir tributo al genio". En presencia de dos nietos del escritor, destacó del autor de Los cuatro jinetes del apocalipsis y de Sangre y arena que "supo ver que en un país necesitado de casi todo, la primera prioridad, entre tanta precariedad, era extender la razón, era extender la educación a todos los ciudadanos". Tres años después de su regreso, la sinrazón de los golpistas destruyó aquella esperanza.

jueves, 23 de octubre de 2008

Páginas de sangre en el paisaje urbano


Una escritora pasea por la ciudad junto a detectives novelescos y asesinatos ficticios

Hay ciudades que se definen en nuestra imaginación tanto por el brillo de sus neones como por lo sórdido de sus callejones repletos de contenedores de basura, escaleras de incendios, sombras de gatos a la carrera y policías en busca de un malhechor.

La ficción es, sin duda, la que imprime a fuego en nuestro cerebro la idea de que las calles de una ciudad son algo más que una anodina vía pública: son también los escenarios de las novelas, películas, series y cómics que nos han hecho creer que tras las fachadas de los edificios, en los túneles del metro, hay "algo más". Hay muerte y sangre y criminales agazapados.
Cuando llegué a Madrid a finales de los ochenta traía en mi cabeza, he de confesarlo, un equipaje variopinto de retratos de la ciudad: los juzgados de plaza de Castilla repletos de quinquis y yonquis que transitaban los protagonistas de Turno de oficio, los bares de Centro y Chamberí en donde transcurrían escenas de la tan en boga comedia madrileña de Trueba y Colomo, y las calles en gris y sepia del barrio de Salamanca por las que caminaba siempre alerta un Sancho Gracia caracterizado como Jarabo. Luego, la realidad, tan juguetona e irónica, me presentaría a un compañero de facultad que vivía en la misma planta del edificio donde éste cometió sus crímenes. A veces, con una copa de más, juraba que todavía podía oírse en la noche, por el hueco de la escalera, a sus víctimas chillar.
Tal vez se deba a series tan populares como Brigada Central o La huella del crimen, que ficcionó los asesinatos más escabrosos de nuestra historia reciente, o quizás al crisol variopinto de personas que confluyen, a veces con roces e incomprensión, pero lo cierto es que en el imaginario colectivo Madrid es una ciudad sangrienta, y así como algunos gustan de recorrerla trazando la ruta de los museos, yo no puedo sustraerme al eco cruento que se escucha en sus rincones, aun cuando sepa que muchos de los asesinatos no hayan sucedido. Será que escribo novela negra, o que me persigue la ficción con su reflejo distorsionado de la realidad, pero el caso es que en algunos lugares no dejo de oír a gente que no cesa de gritar y pedir auxilio.
Mi recorrido, entre literario, personal y turístico -no debe olvidarse que soy de provincias-, siempre comienza en la calle de San Nicolás, allí estaba el primer piso de estudiantes en el que residí en Madrid y en donde sitúa Jerónimo Tristante la mansión encantada que da título a su novela El misterio de la Casa Aranda, si bien él se inspiró en la llamada Casa Duende, un palacete burgués en los aledaños del cuartel del Conde Duque habitado, según las crónicas de la época, por terribles fantasmas que no eran más que, en un nuevo juego de espejos entre ficción y realidad, falsificadores de moneda que pretendían alejar a los curiosos.
La siguiente parada es la Puerta del Sol, un lugar típico que ningún amante de lo macabro debe dejar de visitar. Allí ubicó Francisco García Pavón el Hotel Central donde se alojó, en la única salida de su Tomelloso natal, su inolvidable Plinio, uno de los primeros investigadores de nuestras letras, para, acompañado de su ayudante Lotario, resolver la desaparición de Las hermanas coloradas, obra por la que obtuvo el Premio Nadal en 1969.
Muy cerca, en la calle de Esparteros, habita otro destacado personaje de la novela negra española, Tony Romano, el cínico ex policía creado por Juan Madrid, que divide su tiempo entre los cafés en la Mallorquina y su empleo como fisonomista en el Casino de Torrelodones a la caza de gente de mal vivir. En Grupo de noche, Romano alternará este trabajo con la investigación del asesinato en un almacén abandonado de la calle Capitán Blanco Argibay de El Dátiles, un antiguo confidente.
Pero subamos hacia Gran Vía para visitar un hotel decadente con aires de película en blanco y negro: el Metropolitano, cerca de la Red de San Luis, en cuyo bar tocaba el piano Biralbo, el desencantado protagonista de El invierno en Lisboa de Antonio Muñoz Molina.
Si a estas alturas nos entrara algo de hambre, podemos acercarnos a la Carrera de San Jerónimo para entrar en el conocido restaurante Lhardy, donde Pepe Carvalho, el detective creado por Vázquez Montalbán, mantuvo un almuerzo con destacados miembros del Partido Comunista destinado a esclarecer un sonado Asesinato en el Comité Central y, tras la comida, en el número 24 de esa misma calle, es recomendable detenerse ante el teatro Reina Victoria, ya que, según reveló Juan Ramón Biedma en El imán y la brújula (último Premio Hammett a la mejor novela negra), en sus sótanos, allá por 1920, operarios y antiguos actores filmaron las primeras películas snuff (asesinatos reales) que circularon por España.
Para bajar algo el cocido, podemos acercarnos al número 45 de la calle de Alcalá, donde se levantaba el antiguo teatro Apolo (hoy ya desaparecido y luego reconvertido en un banco). Aquí, Selva, un noble desocupado aficionado al método deductivo protagonista de La gota de sangre, escrita en 1911 por Emilia Pardo Bazán, encuentra la pista para descubrir al asesino en una de las primeras aproximaciones de nuestra literatura al género policial.
Desde allí recomiendo caminar hasta el Museo del Prado con una historia desconocida de oscuros asesinatos que nos desvela Tomás García Yebra en Los crímenes del Museo del Prado y, a continuación, relajarnos entre los árboles que rodean al Palacio de Cristal en el parque del Retiro. Mejor no entrar en los urinarios públicos anexos: en ellos, Roberto Esteban, el boxeador retirado y protagonista de El gran silencio, de David Torres, propinaba una brutal paliza en una cruda escena grabada a fuego en mi memoria. Puede que por eso sea adecuado llegarse al Café Comercial, en la glorieta de Bilbao, donde quizá podamos toparnos con Los amigos del crimen perfecto de la novela de Andrés Trapiello.
Será conveniente dejar para otro día la visita a barrios como los de La Latina, donde Javier Azpeitia ambienta Nadie me mata, el de Ventas, en donde transcurren Las noches contadas, de Javier Pérez Merinero, o al extrarradio, como Las Barranquillas, en el que Francisco Galván localizó su Sangre de caballo.
Para salir del Retiro, la puerta que da a la plaza de Mariano de Cavia, frente a la clínica del doctor León en la que se inspiró Rafael Reig para ambientar Guapa de cara. Es un psiquiátrico de aire siniestro en el que, en su fascinante novela, se practicaban crueles experimentos con los pacientes. Paso ante ella todos los días y no he podido resistirme a usarla también en mi propia ficción. Es una tentación que no conseguí vencer: dejar mi huella, contribuir a manchar un poquito más de sangre esta ciudad.
Mercedes Castro es autora de la novela Y punto (Alfaguara, 2008).

jueves, 16 de octubre de 2008

Savater gana el Planeta con una novela de aventuras

La obra está ambientada en el mundo de las carreras de caballos
El eterno candidato lo ha logrado finalmente: el filósofo, escritor y articulista Fernando Savater (San Sebastián, 1947), colaborador habitual de este diario, obtuvo anoche el Premio Planeta, dotado con 601.000 euros. Un galardón que le fue entregado en Barcelona en el transcurso de una cena presidida por la infanta Cristina. Aunque ya quedó finalista en 1993 con El jardín de las dudas -el mismo año que ganó Mario Vargas Llosa con Lituma en los Andes- su nombre ha aparecido recurrentemente durante años en todas las quinielas del premio.
"Fue un segundo premio muy honroso, como no podía ser de otra manera tratándose de Vargas Llosa", recordó Savater al recoger el galardón. El autor se ha impuesto con la novela presentada a concurso con el título provisional de La curva del Pardo, de título real La hermandad de la buena suerte, y firmada con el seudónimo de Patricio. En la obra tiene un gran protagonismo una de las aficiones confesadas del autor, las carreras de caballos. Así, la trama arranca con la desaparición de un yóquey famoso. Un multimillonario decide entonces contratar a unos mercenarios para localizarlo. El resultado es una obra de aventuras con aliño detectivesco y numerosas citas filosóficas propias de una vasta bibliografía centrada en el pensamiento que incluye éxitos como Ética para Amador (Ariel) y que, en estos días, precisamente, acaba de crecer con un nuevo título: La aventura de pensar (Debate).
De hecho, Savater, también aficionado confeso a la novela policiaca -de la que hizo una inolvidable reivindicación en La infancia recuperada (Taurus)-, considera que hay muchas similitudes entre el método detectivesco y el filosófico. Si se añade el universo de los caballos de carreras y las aventuras, la conjunción no puede ser más savateriana.
"Es una obra de ficción, ya sé que ahora se llevan las novelas realistas, pero ésta no se parece a las cosas que se hacen ahora. No sale la Guerra Civil española, ni la de Troya, ni ninguna otra guerra. Más difícil todavía, no sale ni siquiera una catedral. Es una novela de aventuras con un poquito de aliño metafísico", explicó el autor. "En el fondo, lo importante es tanto lo que ocurre como lo que sienten los personajes. Me he preocupado mucho para que cada capítulo tenga cierta entidad y que no sea un simple tránsito porque creo que el noventa por ciento de las novelas de hoy son puro relleno, aunque puede ser que el relleno sea bueno".
Con Savater, el Planeta sigue con su apuesta por autores de reconocida calidad y prestigio, algo que le dio muy buenos resultados en la pasada entrega al reconocer El mundo, de Juan José Millás, obra que esta semana se ha alzado con el prestigioso Premio Nacional de Narrativa. En esta ocasión, el jurado -compuesto por Álvaro Pombo, Carmen Posadas, Rosa Regàs, Alberto Blecua, Alfredo Bryce Echenique, Pere Gimferrer y Carlos Pujol- tampoco ha querido errar el tiro.
La finalista del Planeta, que se lleva 150.250 euros, fue esta vez otra habitual de las quinielas: Ángela Vallvey, que presentó la novela La inocencia de los bárbaros, titulada definitivamente Muerte entre poetas. Vallvey (San Lorenzo de Calatrava, Ciudad Real, 1964) ha optado por el género detectivesco y reconoció ayer que es una obra "en el más puro estilo de Agatha Christie". La protagonista es la viuda de un poeta que convoca un encuentro literario en Toledo en el que se produce un asesinato. Pronto se verá que todos tenían motivos para matar a la víctima. Junto a la pesquisa policiaca, la autora incluye referencias al mundo literario, que conoce bien.
Antes que reconocida novelista y habitual de la prensa, Vallvey se dio a conocer en 1998 como poeta con El tamaño del universo (Hiperión). Un año después se consagraría como narradora con A la caza del último hombre salvaje (Salamandra). El gran salto lo dio en 2002 al ganar el Nadal con Los estados carenciales (Destino).

Ángela Vallvey queda finalista
La finalista del Planeta, que se lleva 150.250 euros, fue esta vez otra habitual de las quinielas: Ángela Vallvey, que presentó la novela Muerte entre poetas. Como el propio Savater, Vallvey (San Lorenzo de Calatrava, Ciudad Real, 1964) también ha optado por el género detectivesco. En su caso, en el más puro estilo de Agatha Christie. El protagonista de su novela es un poeta que acude a Toledo a un encuentro literario en el que se produce un asesinato. Pronto se verá que todos tenían motivos para matar a la víctima. Junto a la típica pesquisa policiaca, la autora incluye referencias al mundo literario.
Se trata de un ámbito que Vallvey conoce. Antes que reconocida novelista y habitual de la prensa, la escritora manchega se dio a conocer en 1998 como poeta con El tamaño del universo (Hiperión). Un año después se consagraría como narradora con A la caza del último hombre salvaje (Salamandra). El gran salto lo dio en 2002 al ganar el Nadal con Los estados carenciales (Destino).
http://www.elpais.com/articulo/cultura/Savater/gana/Planeta/novela/aventuras/elpepucul/20081015elpepucul_8/Tes