Pagué
la gasolina con un jabón. Así de simple. Imagínese usted la escena de
llegar a una estación de servicio y no tener un centavo para llenar el
tanque de su carro. Imagínese ahora que está en su ciudad, en su
país, fuera de Venezuela y que esta situación se pueda resolver con un
trueque. ¿Será posible?, ¿puede usted no pagar la gasolina con dinero?,
¿puede ofrecer un jabón a cambio de 40 litros de gasolina? Les cuento.
El marcador del carro me indica que tengo un poco menos de un cuarto de
tanque, estamos en Maracay, a más de 100 kilómetros de Caracas y
debemos continuar el viaje. Entramos a una estación de servicio y había
combustible. Primer logro en la Venezuela de la escasez. Acto seguido
nos percatamos de no tener ni un solo billete para pagarla. Ante el
drama económico y la necesidad de comprar gasolina decidimos ofrecerle
al señor -que esperaba en el surtidor- un trueque. Gasolina a cambio de
un jabón para bañarse.
“Señor, buenas tardes, no tenemos ni un Bolívar en efectivo. ¿Le
podemos pagar con un jabón?”, interpeló mi esposa al “bombero” (así se
le llama en Venezuela al trabajador de las gasolineras). El hombre
asintió y sin esperar nada a cambio introdujo la pistola en la boquilla
del carro y empezó a bombear gasolina.
“Cualquier cosa que me den es buena”, dijo el hombre mientras miraba de
reojo el surtidor y al automóvil que se estacionaba del otro lado de la
máquina. Y sí, el precio de ese producto que le ofrecimos es casi igual
al salario que gana por estar un mes tragando gases tóxicos.
Mientras el surtidor marcaba la cantidad y los litros, sacamos un jabón
marca Palmolive y se lo entregamos. No pueden imaginar su cara al ver
que ese producto -tan costoso y escaso- era suyo.
“Muchas gracias, de verdad, gracias”, dijo el hombre con una enorme
sonrisa estampada en su cara. Un rostro que, por cierto, denotaba
cansancio y desgaste por una evidente mala alimentación. La ropa
desteñida y la piel tostada por el sol dan cuenta de una vida dura. Sin
mucha oportunidad de sonreír.
¿Cuánto cuesta un litro de gasolina en Venezuela?
La respuesta es que no hay respuesta. Antes de agosto de 2018, un litro
de gasolina de 91 octanos costaba 1 Bolívar y la de 95 octanos costaba 5
bolívares, pero después de la “reconversión monetaria” que le quitó 5
ceros a la moneda, nadie sabe cuánto cuesta echarle gasolina a un carro.
No existe moneda o billete capaz de pagar el ínfimo valor que
representa. El billete de menor denominación en el país es de 100
Bolívares y una gandola con 47 mil litros cuesta 1,78 bolívares. ¿Cuánto
podrían costar 40 u 80 litros? Sí, es insólito. Pero es real. En este
ejercicio de matemática simple la verdad es que ni me molesto por
decirles cuánto costaba esa gasolina en dólares. La respuesta más
sincera es: 0,000001, o sea, nada.
¿Por qué se regala la gasolina en Venezuela?
Aunque los economistas lo advierten a cada rato, sigue resultando
incompresible técnicamente el regalo del combustible. ¿En qué país se
regala la gasolina?, creo que en ninguno. Justo por estos días Ecuador
vive una revuelta social y política -entre otras cosas- por el aumento
del precio de los hidrocarburos. Una razón de este insólito despilfarro
puede encontrarse en la necesidad de mantener a la gente “contenta”,
propio de los regímenes populistas.
En 1989 se vivió en Venezuela una jornada de sangre y muerte.
El “Caracazo” aun retumba en la memoria de los políticos. En aquellos
días de febrero más de 3000 personas fueron asesinadas o desaparecidas
como consecuencia de las protestas contra el gobierno de Carlos Andrés
Pérez, quien había aumentado el costo de algunos servicios -entre
ellos la gasolina-. Los transportistas, estudiantes, sindicalistas y
personas del común se lanzaron a trancar vías y a exigir que el llamado
“Paquetazo” se eliminara. Desde entonces, no hay registro de
manifestaciones populares por el precio del combustible en el país.
Quizás la sombra del “Caracazo” siga nublando la idea de ajustar el
precio -al menos- a su costo real de producción.
La otra variable que puede estar pesando sobre la toma de decisiones es
la escasez. Salvo en Caracas, capital de Venezuela, todas las regiones
sufren a la hora de conseguir gasolina en las estaciones de servicio.
Las filas kilométricas de carros en los pueblos y ciudades ya forman
parte del paisaje de la crisis. ¿Cómo aumentar los precios si no se es
capaz de garantizar el servicio? Quisiera pensar que esa pregunta es la
que priva en el despacho presidencial de Nicolás Maduro, aunque es poco
probable.
Este bendito país, minado de recursos, es ahora dependiente de la importación. Las
refinerías están quebradas, según los datos de los especialistas en el
área, Pdvsa solo es capaz de refinar el 20% de la gasolina que demanda
el mercado. Es decir, el 80% restante se compra en el extranjero.
Otra cosa insólita -el chiste más subido de tono- es que el país que más
le vende y al que más le compra es su archirrival dialéctico, Estados
Unidos. Bueno, al menos hasta antes de las sanciones de Donald Trump.
Más de 3 millones 300 mil litros de gasolina se importaron desde suelo
“enemigo” hasta diciembre de 2018, según datos extraoficiales.
¿Escasez, contrabando?
Desde hace cinco años -por lo menos- la gasolina comenzó a escasear en el país. Desde
entonces, hablamos de contrabando de extracción y de mafias internas o
externas que se aprovechan del regalo y trafican combustible para
venderlo a precios internacionales en la frontera con Colombia y Brasil.
Mafias que se amparan bajo el fusil de las fuerzas armadas que
custodian la frontera y hacen caso omiso a las denuncias de la gente. La
gasolina se convirtió en un gran negocio del que pocos quieren perder
su pedazo de torta.
En Twitter se me ocurrió compartir la experiencia de cambiar un jabón por combustible y las reacciones fueron diversas:
“En San Cristóbal, fácil hubieses pagado entre 10 y 20 mil pesos por 20
litros de gasolina”. De esa forma me respondió un seguidor. A la luz de
su comentario puedo inferir que se pasa días enteros en una cola para
llenar el tanque de su carro en el estado Táchira, frontera con
Colombia.
En Amazonas, al sur del país, la venta de gasolina se hace como si
fuera una lotería. Los conductores deben sacar un cartón de una bolsa y
rogar que el número esté asignado para los afortunados del día. Sí, más
cosas insólitas.
Largas
filas de autos hacen imposible la circulación en las angostas calles de
Puerto Ayacucho, una ciudad de menos de 100 mil habitantes. Su gente
abarrota las tres estaciones de servicio de la ciudad con la ilusión de
conquistar los tan necesarios 30 litros que les venden cada quince días.
Más cosas increíbles. Puro realismo mágico, diría el ilustre García
Márquez. En ese rincón del país, que también hace frontera con Colombia,
el combustible se cuela sin mucha resistencia cuando cae la noche. Los
caminos verdes se inundan de pimpinas que ruedan hacia el departamento
de Vichada donde se paga en pesos y a un precio al que pocos pueden
resistirse.
Lo incomprensible de un país petrolero es que la gente esté condenada a
mendigar unos litros de gasolina para poder trasladarse en su carro. Lo
insólito de esta realidad es que ese país petrolero se gasta lo que no
tiene para importar gasolina porque su infraestructura industrial está
hecha pedazos. Que los gobernantes de ese país no asuman las
consecuencias y se aparten es la peor injusticia.
Al final, lo de pagar la gasolina con un jabón de tocador es apenas una
consecuencia que evidencia el rotundo fracaso de un sistema que se las
ingenia todos los días para hacerle la vida más triste a la gente.
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