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viernes, 8 de mayo de 2020

“No hay gasolina, no insista”: Mi desesperada búsqueda de combustible en Caracas


Un hombre llena un automóvil con gasolina en una estación de servicio con una máscara facial como medida de precaución contra la propagación del nuevo coronavirus, COVID-19, en Caracas el 23 de marzo de 2020. (Foto de Cristian Hernández / AFP)
  ¿Habrá gasolina hoy?
Todos nos hacemos la misma pregunta en la fila interminable junto a la estación de servicio de Petare, uno de los barrios más populosos de Caracas.
Por Guillermo D. Olmo (@BBCgolmo) / bbc.com

Se ha convertido casi en una obsesión nacional en Venezuela desde que el gobierno impuso un estricto racionamiento.
La gasolina fue una de las primeras víctimas de la pandemia del coronavirus en Venezuela.
Antes podía llenar el tanque gratis en cualquier gasolinera de Caracas, un privilegio único en el mundo y al que muchos venezolanos estaban acostumbrados gracias a la inmensa riqueza petrolera de su país y que a mí me sorprendió al llegar aquí.
Pero eso se acabó al poco de empezar la cuarentena. En el país con las mayores reservas probadas de petróleo del planeta, encontrar combustible se ha convertido en una búsqueda desesperada.
La mía había sido larga y tortuosa hasta llegar a Petare.
Cuando comenzó la escasez, la información, o desinformación más bien, empezó a circular en grupos de Whatsapp. Como casi siempre en Venezuela.
“Solo están surtiendo a funcionarios”, decía uno de los mensajes.
“Los periodistas con carnet pueden adquirir gasolina en la estación de Los Mangos”, llegaba en otro. Mi alegría inicial se evaporó cuando seguí leyendo: “Ocho horas de cola aproximadamente”, añadía.
La perspectiva de tan larga espera me empujó al principio en otra dirección.
En busca del ansiado carburante, recorría la normalmente ajetreada Caracas. Muchos de los buhoneros que normalmente se buscan la vida en sus calles habían desaparecido tras la llegada del coronavirus.
Casi todas las gasolineras estaban fuera de servicio. Incluso habían desconectado las mangueras de sus surtidores.
La de los Palos Grandes a la que yo solía acudir hacía solo semanas parecía llevar años cerrada.
En realidad, pronto lo descubrí, en la Caracas de la pandemia, si uno aspiraba a llenar el tanque, debía estar dispuesto a comenzar la carrera el día antes.
Escondiéndose de la Policía
En la gasolinera de la avenida Araure, en Chuao, ya en la medianoche algunos empezaban a formar la fila.
La Policía aparecía cada dos horas para hacer valer las medidas de distanciamiento social vigentes y ordenaba marcharse a los conductores, pero estos se concentraban entonces en alguna calle aledaña.
Un juego del ratón y el gato con los agentes que vi en noches sucesivas.
arados como sus autos, los habituales de la fila conversaban mientras esperaban a que la madrugada les fuera propicia y el nuevo día les premiara el tesón. Para los más afortunados, habría treinta litros, el máximo establecido por el gobierno. Para las motos, solo 4.
Mi recorrido nocturno me llevó por otros lugares de la ciudad.
En la autopista que lleva a Prados del Este encontré al oncólogo Rafael Barrios, de 71 años. Pertrechado con una lonchera con emparedados y libros que leer, ya era un experto en esas veladas a la intemperie.
“Ya es la sexta vez que vengo, aunque solo en dos conseguí gasolina”, me dijo.
“Si no tengo gasolina, no puedo llegar a la clínica. El cáncer no se detiene por la cuarentena y tengo una paciente a la que operar en dos días”.
A la mañana siguiente, me alegró recibir la noticia de que esta vez el doctor sí había tenido éxito.
Yo seguía buscando.
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