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miércoles, 11 de noviembre de 2020

ABC: Trump opta por una política de tierra quemada antes de su marcha en enero

 


Estos días, un ruido inusual rodea la Casa Blanca. Los jardineros están levantado la mayoría del césped, para cambiarlo antes de que caiga el frío glacial del invierno washingtoniano. Ante la reja, unas grúas traen y llevan maderas, sillas y barras de metal, montando gradas para la toma de posesión del 20 de enero. A poco más de dos kilómetros, ante la cúpula del Capitolio, los obreros arman ya las plataformas ante las cuales el nuevo presidente jurará el cargo el 20 de enero. La gran maquinaria del relevo democrático sigue en marcha, sin detenerse, a pesar de que el actual inquilino de esa misma Casa Blanca se niega a admitir la derrota, y ha optado por una política de tierra quemada.


Por David Alandete – ABC

No hay institución a la que Donald Trump no le esté exigiendo una lealtad ciega estos días. Ayer, el jefe de la diplomacia estadounidense, Mike Pompeo, dijo en una rueda de prensa desde el mismo departamento de Estado, normalmente ajeno al politiqueo de Washington, que está convencido de que pronto habrá «una transición sin problemas a una segunda Administración Trump».

No sólo es que Trump se haya negado a firmar los documentos necesarios para facilitar el traspaso de poderes y se haya negado a facilitarle los recursos necesarios para ello al equipo demócrata, es que ha movilizado a la fiscalía para defender sus denuncias de fraude, que aparte avanzan sus propios abogados en los tribunales de los estados más disputados. El mismísimo fiscal general, William Barr, envió el lunes una misiva a los fiscales que dependen de él para que se tomen en serio las denuncias de fraude «que sean creíbles» y las investiguen. Se trata de un movimiento sin precedentes por parte del máximo responsable del ministerio de Justicia.

La decisión ha provocado una profunda aprensión entre muchos funcionarios que ven cómo el actual presidente se resiste a admitir la derrota. Uno de ellos incluso dimitió el lunes en señal de protesta. Se trata de Richard Pilger, que era responsable de la división que investiga los delitos electorales dentro del ministerio de Justicia y que al marcharse envió un correo electrónico a sus compañeros denunciando que lo que estaba presenciando era algo tremendamente inusual.

Mientras sus abogados siguen presentando demandas y recurriendo los fallos en su contra en los estados que le han dado la victoria a Biden, el presidente sigue sin tener agenda de gobierno desde el día de las elecciones. Sólo se ha dejado ver para proclamar su victoria dos veces en dos discursos sin preguntas, y para jugar a golf en Virginia sábado y domingo. Sus más fieles defensores en el Capitolio y en el Partido Republicano le han recomendado que se presente a las elecciones en 2024.

Amenaza demócrata
Paralelamente, el presidente ha iniciado una purga en su gobierno con el despido, el lunes, de su secretario de Defensa. Su familia y más cercanos asesores le recomiendan que siga depurando cargos a los que no se considera lo suficientemente leales, como el director del FBI, Christopher Wray, la directora de la CIA, Gina Haspel, o el doctor Anthony Fauci, experto en enfermedades infecciosas y miembro más destacado del gabinete de crisis contra el coronavirus.

El tapón que bloquea el acceso de los demócratas a los fondos y más recursos necesarios para una transición ordenada es Emily Murphy, directora de Servicios Generales, que se ha negado a firmar los documentos necesarios. Los demócratas, airados por esta insólita demora, han advertido de que la denunciarán si les sigue dando largas, según dijo el lunes en una llamada telefónica con la prensa un miembro del equipo de transición de Biden.

A estas alturas, en un año de elecciones normal, el presidente saliente o perdedor ya habría invitado a quien le va a suceder a la Casa Blanca, para un cordial cara a cara. Así ocurrió hace cuatro años, cuando Trump visitó Washington por invitación de Barack Obama dos días después de haberse proclamado ganador. Pero Trump sigue enrocado, pidiendo fondos a sus partidarios para pagar su defensa, y proclamando en las reses sociales su victoria, en contra de toda evidencia. «¡Ganaremos!», dijo ayer. Le están siguiendo los líderes republicanos, con cierta incomodidad.

Sólo cuatro senadores han felicitado a Biden, los más díscolos, pero su líder en el Capitolio, Mitch McConnell, se mantuvo en sus trece de que hay que contar todos los votos «para asegurarse de que no hay fraude». Todos estos políticos conservadores temen ahora que los Trump retengan las riendas del partido y comiencen una purga en su partido tras acabar la que tienen abierta en la Casa Blanca.

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