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domingo, 8 de noviembre de 2020

Joe Biden tiene en sus manos dar un giro al conflicto venezolano

 


El candidato demócrata a la presidencia de Estados Unidos en 2020, Joe Biden, habla en su mitin electoral, luego de que los medios de comunicación anunciaran que Biden ganó las elecciones presidenciales de Estados Unidos en 2020 sobre el presidente Donald Trump, en Wilmington, Delaware, Estados Unidos, el 7 de noviembre de 2020. REUTERS / Jim Bourg

 

Todos los actores políticos de Venezuela están convencidos, de una forma o de otra, de que la llave maestra de la grave crisis por la que atraviesa el país sudamericano está en la Casa Blanca. Y todos llevaban meses esperando la fecha de las elecciones como si se tratara de un momento decisivo antes de dar el siguiente paso. La victoria de Joe Biden frente a Donald Trump llega precedida del teatro de una larga campaña electoral en la que se generaron expectativas y temores sin fundamento. La propaganda derechista, en Estados Unidos, en Caracas y en Colombia, trató de proyectar una falsa equivalencia entre la continuidad del magnate y el fin del chavismo. La realidad, sin embargo, es mucho más compleja y el próximo presidente tiene en sus manos dar un giro al conflicto.

Por FRANCESCO MANETTO / elpais.com


El líder de la oposición, Juan Guaidó, felicitó a Biden y a la vicepresidenta electa, Kamala Harris, la tarde de este sábado y dio las gracias al presidente republicano “por su firmeza y determinación” contra Nicolás Maduro. El político recordó, a través de un comunicado, que “la causa por la libertad y la democracia en Venezuela cuenta con el apoyo bipartidista en Estados Unidos”. Poco después, el sucesor de Hugo Chávez también dio la bienvenida al que fuera vicepresidente de Obama y destacó a través de Twitter que Venezuela “siempre estará dispuesta al diálogo y al entendimiento con el pueblo y el Gobierno de los EE UU”.

Cuando Trump ganó las elecciones en 2016, en el Gobierno de Maduro varios dirigentes respiraron aliviados. La explicación de esta paradoja tenía que ver con la narrativa de cierta izquierda antiestablishment que veía en la alternativa, la demócrata Hillary Clinton, una opción más dispuesta a las interferencias en política exterior. Esa percepción cambió con el paso del tiempo. En medio de la oleada de protestas desencadenadas por el pulso que Juan Guaidó lanzó a Maduro a principios de 2019, un alto cargo del gobernante Partido Socialista Unido de Venezuela (PSUV) reconocía a EL PAÍS durante un encuentro en Caracas que habían pecado de ingenuidad. Washington es el principal valedor de Guaidó, alentó su proclamación como presidente interino, apoyó los intentos fallidos de quebrar y derrocar al chavismo y multiplicó las sanciones en los últimos dos años. No obstante, esa estrategia no solo no solucionó la crisis, sino que la brecha política es hoy mucho más profunda.

La furia retórica de Trump contra Maduro, en cualquier caso, alimentó en algunos sectores de la oposición la tesis de que un triunfo de Biden sería malo para el país y una transición. Ese clima se respiró en las últimas semanas de campaña, sobre todo en el sur y en Florida. Roberto Marrero, estrecho colaborador de Guaidó, apenas lleva un mes Estados Unidos tras abandonar Venezuela después de pasar un año y medio detenido. Hace una semana participó en Miami en un acto con votantes latinos en el que dio las gracias al republicano por su compromiso, afirmó, con la “lucha por la libertad y la democracia” en su país. Como él, varios dirigentes opositores manifestaron su apoyo a Trump, quien jugó la carta antichavista en clave electoralista y aprovechó para atacar a su rival con acusaciones infundadas cuando no abiertamente despropósitos.


En realidad, también Trump había manifestado recientemente sus dudas sobre el apoyo brindado al líder opositor por 
no haber logrado romper las filas de las Fuerzas Armadas, que se han mantenido fieles al régimen con la excepción de algunas deserciones significativas. Incluso se dijo dispuesto a reunirse con Maduro, aunque después se vio obligado a aclarar que solo lo haría para pedirle su renuncia. Esas dudas también estaban recogidas en el libro del exconsejero de Seguridad Nacional John Bolton, publicado en junio. Bolton y Elliott Abrams, representante de la Casa Blanca para el país sudamericano, han sido dos de los hombre clave en la estrategia del presidente contra el chavismo.Ese relato contrastaba incluso con lo que el propio Leopoldo López mantuvo públicamente hace diez días en Madrid, esto es, que la crisis venezolana “no es un problema de izquierdas o de derechas”. Y una vez más la estrategia del presidente chocó con la realidad. Aun así, después de una confrontación tan descarnada, el triunfo de Biden también levanta expectativas. El chavismo, que ha convocado unas elecciones parlamentarias para el 6 de diciembre que van camino de convertirse en la enésima votación rechazada por la oposición y las principales instancias internacionales, buscará reabrir unos canales de comunicación con la Casa Blanca. El canciller, Jorge Arreaza, afirma que pese a todo no ha perdido los contactos con el Departamento de Estado y mantiene vínculos con el Partido Demócrata. Y el equipo de Guaidó, que convocó una consulta alternativa a esos comicios, tratará de convencer a la nueva Administración de que no afloje el mal llamado cerco diplomático. Es decir, las sanciones económicas. “Con la próxima Administración y el nuevo Congreso seguiremos llevando adelante nuestra lucha para cumplir nuestro objetivo mutuo”, manifestó Guaidó.

En opinión de Raúl Gallegos, director de la consultora Control Risks, es probable que el enfoque diplomático de Biden sea distinto. “Con Biden vamos a ver un giro hacia la diplomacia, lo cual sería un gane para el chavismo en el sentido de que habrían sobrevivido a Trump. Pero el nuevo enfoque diplomático va a tomar tiempo. Aquello de tomar contactos con el chavismo, en ese juego se va a ir un año, dos años”, señala. “Vamos a ver una nueva Administración tratando de entender, lo que es tiempo ganado para el madurismo”. Pero según su análisis, una vez superadas las escenificaciones de la campaña electoral, cualquier presidente hubiera tenido ante sí otras prioridades en medio de la emergencia de la covid-19. “Incluso con Trump: su principal preocupación iba a ser la economía, la salud”. Y en este contexto, el lobby petrolero intentará presionar para que se flexibilicen las sanciones y pueda seguir operando, aun parcialmente, en Venezuela. Horas después de conocerse la victoria de Biden al volverse irreversible el resultado de Pensilvania, Maduro aún no se había pronunciado.

Otra lectura de la llegada del demócrata a la Casa Blanca coincide con la tesis del cambio de enfoque diplomático y anticipa una posible realineación de las posiciones de Washington y de la Unión Europea, que pese a sus duras críticas a Maduro no ha aparcado la apuesta por el diálogo y una salida negociada a la crisis. Trump rompió ese eje como tantos otros y Biden puede reconstruirlo. Esa quizá sea una de las primeras cartas de su Administración ante la crisis venezolana. El principal escollo es precisamente ese abismo que lleva años agrandándose, con un régimen enrocado pese a la enorme presión y la asfixia económica, muy receloso ante las mediaciones internacionales, y una cúpula de la oposición, la que se agrupa en torno a Guaidó, que no ha superado el mantra de 2019 y que exige primero lo que llama el “fin de la usurpación” de Maduro. Pero este impasse es de alguna manera también la primera premisa para una reconfiguración del tablero. La victoria del demócrata abre la puerta a soluciones distintas y una aproximación a la posición de la UE después de la fallida estrategia de Trump contra Maduro.

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