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martes, 23 de septiembre de 2014

Restricciones en la frontera venezolana llevan el hambre a región colombiana

“Ahora todo es muy caro”, dijo Claudina Enrique (izq.), una de los casi 90,000 nativos wayúu de la zona. Los productos que llegaban desde Venezuela han desaparecido, dijo la anciana, y los precios casi se han duplicado.<252><137>Claudina Enrique, cuts up a goat as she makes food for school children in Guajira, Colombia. As Venezuela has cracked down on food smuggling, residents say they’ve seen prices in Colombia almost double in recent weeks.<252><137>
Inclinada sobre una gran olla de metal mientras perros y gatos hambrientos miran con desesperación, Claudina Enrique, de 76 años, corta en pedazos un chivo para darle de comer a unos 200 escolares.
Aquí, en el noreste de Colombia a lo largo de la frontera con Venezuela, los chivos son algunos de los pocos animales que sobreviven en el árido y polvoriento paisaje. La mayor parte de la comida que se consume en la región se trae de otras partes, y en estos tiempos es difícil de conseguir.
El gobierno de Venezuela persigue a los contrabandistas que venden los artículos baratos y controlados del país de este lado de la frontera. El gobierno ha decomisado enormes cargas con alimentos de todo tipo, desde papas hasta arroz. Sin embargo, esos controles tienen consecuencias imprevistas en el estado de la Guajira, donde viven algunas de las poblaciones más vulnerables de Colombia.
“Ahora todo es muy caro”, dijo Enrique, una de los casi 90,000 nativos wayúu que viven en la región. El arroz, la mantequilla y el azúcar que llegaban desde Venezuela han desaparecido, dijo la anciana, y en las últimas semanas los precios de estos productos casi se han duplicado.
“La gente ya no puede comer estas cosas”, dijo Enrique.
En un reciente fin de semana, la Patrulla Aérea Civil de Colombia, la Fundación Juan Felipe Gómez Escobar y Conexión Colombia llevaron médicos voluntarios al área.
En dos días, unas 1,365 personas fueron atendidas en una escuela rústica donde los médicos hacían chequeos gratuitos y entregaban suplementos nutricionales. Desperdigados en la muchedumbre de rostros ajados y ropas de colores había niños con evidentes síntomas de malnutrición: baja estatura, barrigas hinchadas y cabellos desteñidos.



“Yo diría que desde 1999, no había visto tantos casos de una malnutrición tan severa concentrados en un área”, dijo Mónica Rodríguez, pediatra que lleva largo tiempo trabajando en el grupo. “Desde el punto de vista médico, va a ser muy difícil poder rehabilitar a algunos de ellos”.
Sin ingresarlos de inmediato, algunos de los niños podrían morir, predijo Rodríguez.
Sin embargo, la crisis en la frontera no es el único factor que provoca el hambre.
Durante largos años, el área ha estado abandonada por las autoridades y una prolongada sequía ha dejado los pozos salobres y secos. La oficina del defensor de oficio dijo que la Guajira tiene la tasa de malnutrición más alta de todo el país con un 11.2 por ciento. De igual modo, 48.5% de todos los niños colombianos que mueren de diarrea y deshidratación son de esta área.
Las autoridades indígenas locales dicen que unos 4,700 niños wayúu han muerto en los últimos cinco años.
“Tenemos muchas crisis juntas”, dijo Carlos Costa Medina, del Departamento de Salud de la Guajira. “Tenemos una pobreza crónica, falta de agua y la situación social en Venezuela”.
Aunque el área es rica en petróleo y carbón, poco dinero se queda en la comunidad. La Guajira tiene una de las tasas de pobreza más altas del país y muchas personas se ganan la vida cuidando chivos o vendiendo carbón. En ese sentido, la política socialista de Venezuela de mantener baratos los precios de los alimentos es una constante aquí.
Costa estima que cerca del 90% de los alimentos de la región vienen del otro lado de la frontera. Sin embargo, Venezuela no puede culparse por limitar su ayuda humanitaria ya que tiene sus propios y graves problemas.
Los precios draconianos del país y los controles del dinero han generado enormes incentivos para los contrabandistas. Debido a ello, los estantes en los supermercados en Venezuela están con frecuencia vacíos porque los productos terminan aquí. Las autoridades estiman que aproximadamente 40% de todos los productos nacionales se sacan a través de la frontera común de 1,274 millas.
En agosto, el presidente venezolano Nicolás Maduro puso en vigor nuevas medidas para eliminar el negocio ilícito, entre otras cerrar los cruces de la frontera por la noche. Desde entonces, el país ha decomisado 3,879 toneladas de alimentos y 1,068 toneladas de comida para animales, dijeron las autoridades. Los guardias fronterizos también han detenido a 596 personas. Hace poco, el gobierno anunció que mantendría cerrada la frontera por la noche durante tres meses más.
Pero incluso con estas medidas, hay indicios de que la ilegalidad sigue. Uno de los productos más preciados a todo lo largo de la frontera es la gasolina. El petróleo de Venezuela es uno de los más baratos del mundo a cinco centavos el galón y el gobierno calcula que 100,000 barriles diarios salen a través de la frontera. En las calles de Uribia, a unas 70 millas de la frontera, los llamados pimpineros venden sin esconderse gasolina venezolana en recipients diversos y botellas de Coca-Cola.
Hace apenas unas semanas, un galón de gasolina costaba cerca de $1.50. Ahora, se está vendiendo a razón de $3, barato, sin embargo, según los estándares colombianos.
“No creo que haya una actividad ilícita que rinda más que el contrabando”, dijo Magdalena Pardo, directora de la Cámara de Comercio Colombiana-Venezolana.
El contrabando, sobre todo de alimentos, artículos de personal y gasolina, ha causado un gran daño en la economía local, lo que ha hecho que les cueste trabajo a las compañías colombianas establecerse, dijo Pardo.
“Se trata de una competencia con gran desventaja”, dijo Pardo. “Es un gran problema y vamos a tener que enfrentarlo desde todos los ángulos”.
Sin embargo, mientras más rígidos son los controles, más dura es la vida para los habitantes de la Guajira. Los comerciantes locales dicen que los precios cada vez más altos del petróleo de contrabando están afectando mucho los precios de los alimentos, toda vez que los camioneros y rastreros aumentan los precios.
Una vez a la semana, Inés Uriana, de 54 años, se sube a su mula a las 3 a.m. y viaja unas tres horas hasta el pueblo más cercano para vender carbón y comprar comida. Por 10 bolsas de carbón, gana unos $15, pero últimamente, dijo, hay menos alimentos que llevar a la casa.
Uriana no conocía los severos controles de la frontera pero sí sabe que los alimentos que antes venían de Venezuela ahora son más difíciles de obtener.
“Todos los precios han subido”, se lamentó la mujer. “La vida se ha puesto muy dura”.