A las 10:45 de la noche, mientras
soldados rebeldes y obreros armados asaltaban el Palacio de Invierno,
donde se atrincheraba el gobierno, un congreso con 650 delegados de los
insurrectos, con mayoría comunista, decretaba que “todo el poder pasa a
los soviets (consejos) de obreros, soldados y campesinos” en lo que fue
el inmenso imperio ruso.
Horas antes el automóvil de la
Embajada de Estados Unidos había cruzado la capital, Petrogrado (San
Petersburgo, durante muchos años Leningrado) para llevar afuera al jefe
del gobierno depuesto, Aleksandr Kerenski, que bregó durante meses por
retener el poder y más adelante intentaría, sin éxito, recuperarlo.
Ese día era 25 de octubre, según el
viejo calendario del tiempo de Julio César, antes de Cristo. Fuera de la
atrasada Rusia, en el resto del mundo, era 7 de noviembre de 1917.
Dueños del poder en Petrogrado, Moscú
y otras ciudades, los líderes de la facción bolchevique (mayoritaria)
en el Partido Obrero Socialdemócrata de Rusia (Posdr) decretaron la paz
con Alemania para sacar a su país de la Primera Guerra Mundial,
ordenaron repartir la tierra entre los campesinos, colocaron toda la
economía bajo su control y avanzaron para liquidar el viejo régimen, la
autocracia de los zares.
Líderes de ese movimiento de la
historia que marcó gran parte de la política en todo el siglo XX fueron
Lenin (Vladimir I. Ulianov, 1870-1924) y Trotsky (Lev D. Bronstein,
1879-1940), con otros intelectuales dirigentes como Gregori Zinoviev,
Lev Kaménev y Nicolai Bujarin, más el organizador que terminó como dueño
absoluto del poder pocos años después de 1917, Ióssif V. Dzhugashvili,
José Stalin (1878-1953).
Guerra, revolución y guerra
La Primera Guerra Mundial (1914-1918)
había postrado la vida en Rusia y millones de campesinos forzados a ser
soldados anhelaban la paz. Sobre ese sustrato prosperó el derrocamiento
del zar Nicolás II en febrero-marzo de 1917 y se estableció una
república en medio de la agitación de masas populares que reclamaban
paz, pan, tierra y poder democrático.
Lenin y otros exiliados regresaron a
Rusia para organizar la toma del poder, que pudieron concretar en las
jornadas de Octubre, en medio de una agitación que implicó a todo el
arco político, desde los monárquicos reaccionarios hasta los
colectivistas anarquistas.
Con la toma del poder por los
soviets, en realidad por el partido bolchevique, aproximadamente 40.000
individuos en toda Rusia, se desató la contrarrevolución, con bandos
enfrentados sin cuartel que iban desde ejércitos “blancos” partidarios
del antiguo régimen, hasta las guerrillas anarquistas de Néstor Majnó en
la región sur de Ucrania.
Ejércitos de varias potencias
ocuparon porciones del antiguo imperio, y Moscú debió ceder territorios
de Polonia, Finlandia y los países bálticos. Su esfuerzo bélico se
centró en derrotar las sublevaciones internas, incluidas las de quienes
fueron sus propios seguidores, como los marinos de la fortaleza de
Kronstadt, enfrente de Petrogrado, en 1921.
URSS y comunismo en el mundo
Lenin, Trotsky y su partido buscaron
adaptar, a la lucha política concreta de Rusia, ideas de Carlos Marx
(1818-1883) y Federico Engels (1820-1895), cuyas propuestas de un mundo
nuevo dirigido por la clase obrera se suponían aptas para una sociedad
industrializada y no para la rusa, campesina, atrasada, feudal.
El bolchevismo se rebautizó como
Partido Comunista, creó una liga internacional de partidos afines y
animó experimentos similares al suyo en Hungría, Alemania y España, los
cuales fracasaron. Lo que fue el imperio ruso también se reorganizó como
Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS), un actor
internacional de primera línea.
Bajo Stalin la URSS desarrolló
programas de colectivización forzosa en el campo, a un costo de millones
de vidas según sus críticos, impulsó planes de electrificación,
comunicaciones e industrialización, y se erigió como una potencia
militar que hizo frente y derrotó a la Alemania nazi en la Segunda
Guerra Mundial.
Con los avances del Ejército Rojo en
Europa oriental se reabsorbieron para la URSS los países bálticos y se
hicieron socialistas Polonia, Hungría, Checoslovaquia, Rumania,
Bulgaria, Yugoslavia, Albania y Alemania oriental. Luego llegaron al
poder comunistas en las mitades norte de Vietnam y Corea, en China y en
Cuba. También, durante algunos años, en varias naciones africanas.
El “campo socialista” encabezado
por la URSS animó a fuerzas políticas en todo el globo a adoptar el
comunismo como doctrina, y las enseñanzas de la revolución de 1917 como
guías para la organización y la acción, a la vez que alimentaba la
producción y el debate alrededor del mundo en campos tan variados como
la filosofía, el derecho, la economía, el arte y la literatura.
En América Latina, Venezuela y Moscú
La región se impregnó con las tesis
de lo que desde los años veinte se conoce como marxismo-leninismo, tanto
en las propuestas de cambios sociales y económicos de sus partidos
comunistas y socialistas, como en la fascinación por los métodos
insurreccionales y los debates sobre teorías políticas y huidizas
utopías.
En Cuba los comunistas dirigidos por
Fidel Castro se hicieron con el poder y lo han retenido desde 1959,
mientras que en el resto del continente fracasaron las intentonas de ese
signo –con guerrillas, sublevaciones o conquistas electorales como las
de la Unidad Popular (1970-1973) en Chile– mientras existieron la
URSS y el llamado campo socialista.
Solo después de desaparecida la URSS,
y cesar así la Guerra Fría entre esa superpotencia y Estados Unidos y
sus aliados, cosecharon éxitos proyectos electorales presentados como de
izquierda en América Latina: son los casos de Venezuela, Brasil,
Ecuador, Bolivia y Nicaragua, con respaldo de pequeñas formaciones
comunistas.
El presidente Hugo Chávez presentó su
proyecto político como una vía hacia un “socialismo del siglo XXI”, y
tanto su gobierno como el de su sucesor, Nicolás Maduro, han empleado
términos, clichés y la imaginería revolucionaria de la izquierda
prosoviética para nutrir su propaganda dentro y fuera de Venezuela.
Incluso centenares de oficialistas
marcharon por el centro de Caracas el 7 de noviembre y ante ellos el
presidente Maduro habló para elogiar la revolución de 1917.
Paradójicamente, en Moscú, el
presidente Vladimir Putin, formado como agente de inteligencia
soviético, ha destacado y celebrado el papel de la URSS en logros como
ganar la Segunda GuerraMundial y posibilitar las conquistas espaciales,
pero descartó toda celebración de aquel asalto al Palacio de Invierno.
En el centenario de aquella jornada
Putin trabajó rutinariamente como cualquier martes. Su portavoz, Dimitri
Peskov, dijo “no entender qué es lo que hay que celebrar”, y así
dejaron claro que para ellos habría sido mejor si la revolución roja no
hubiera sucedido.
Democracia vs dictadura
En el pensamiento de Marx “la
dictadura del proletariado se concebía como la de la mayoría trabajadora
de un país industrializado, sin burocracia, con el pueblo organizado
como autodefensa y sin ejército permanente, con expansión de la
democracia, la libertad y las fuerzas productivas, lo que debía darse en
una sociedad industrializada”, ha recordado Américo Martín, pensador,
escritor y activista político de larga trayectoria en Venezuela.
Esas ideas cambiaron con los revolucionarios rusos al avecinarse la rebelión de Octubre, y Lenin escribió su opúsculo El Estado y la revolución,
planteando la dictadura del proletariado, minoritario en un país con
una inmensa mayoría campesina y de clase media, con la necesidad de
ejercer la represión armada y sostener una burocracia. Así se edificó
una potencia militar y burocrática que aplastó la democracia y a los
propios soviets.
Tres líneas chocaron al desaparecer
Lenin, enfermo desde 1922 y fallecido en 1924: la de Trotsky, de la
revolución permanente, industrialización acelerada y sostener los
“días gloriosos” de Octubre; la de Bujarin, de “socialismo a paso de
morrocoy, de más vale poco y bueno”, y la de Stalin, de supremacía del
aparato del partido. Gana la partida Stalin, paradójicamente aplica las
aceleradas industrialización y colectivización que defendía Trotsky, en
pocos años se hace con el poder único y liquida a los rivales.
Imbuido en un estudio sobre cinco
grandes momentos del marxismo-leninismo (Marx, Lenin, Stalin y los
líderes Nikita Kruschev 1953-64 y Mijaíl Gorbachov 1985-91), Martín cree
que ya en la humanidad no hay campo para una gran revolución obrera
como pretendieron serlo la rusa y similares. “Es la era del conocimiento
y de la globalización, todo el mundo puede ver esos avances. Los
obreros ahora se interesan en el éxito de las empresas y participan de
su gestión con miras a atender sus necesidades. Comunismo, como sistema,
nunca hubo, ni habrá. Es una utopía”.
Golpe de Estado
El proceso de octubre-noviembre de
1917 en Rusia “no fue una verdadera revolución, como la francesa o la de
independencia de Estados Unidos, que sí lograron culminar sus objetivos
de cambiar la sociedad”, sostiene el analista, académico y diplomático
venezolano Eloy Torres. “Tampoco han sido otros procesos que se
engalanan con ese nombre, como las revoluciones mexicana, china, cubana o
bolivariana de Venezuela”.
Para Torres el ascenso al poder de
los bolcheviques “fue un golpe de Estado, guiado por la audacia de Lenin
mientras el resto de socialdemócratas rusos se desgastaba en
discusiones bizantinas acerca del país por construir en medio de la
guerra y tras el derrocamiento de la autocracia zarista”.
Tuvo éxito en Rusia, “un país que no
es ni occidental ni asiático sino algo diferente, según la definió el
escritor Fedor Dostoievski”, porque se estaba en medio de una gran
guerra y se anhelaba la paz, y luego se sostuvo con éxitos materiales
como la electrificación del país, el Metro de Moscú –que es el más bello
del mundo– y las conquistas militares y en el espacio.
Entre las lecciones Torres destaca la
capacidad de los bolcheviques, Lenin el primero, para cambiar según las
circunstancias, y coincide con Martín en citar como ejemplo la Nueva
Política Económica (NEP), que a principios de los años veinte devolvió
empresas y tierras a propietarios privados para estimular la producción.
“Es uno de los muchos ejemplos que
aquí pudo seguir el presidente Maduro, quien tuvo la oportunidad de
impulsar cambios productivos sin deshacer el llamado legado de Chávez,
pero él y su equipo carecieron de consistencia para ello”, deploró
Torres.
Observador directo del “socialismo
real” en países como Bulgaria, Rumania, Cuba y las desaparecidas
Yugoslavia y la URSS, Torres cree que “el tiempo histórico de esos
regímenes está agotado”. Y deberían servir “para repensar la realidad
por parte de las élites políticas en América Latina. Deben salir del
estatismo y abrazar el libre mercado como elemento dinamizador de su
economía. Por ahí van Argentina, Chile y Perú”.
Mujeres presentes
Hombres son las figuras destacadas
por la historia de la revolución rusa: Lenin, Trotsky, Stalin, Bujarin… y
émulos en otros escenarios, Mao Zedong en China, Ho Chi Minh en
Vietnam, Josip Broz “Tito” en Yugoslavia y Fidel Castro en Cuba. Sin
embargo, los sucesos desencadenados en Rusia en 1917 en parte fueron
posibles por la incorporación de la mujer a las luchas y a la
construcción de lo que fue el sistema soviético.
Al menos tres figuras femeninas cabe
destacar de esos días en que la historia se vistió de rojo. Una primera
es Alexandra Kollontai (1872-1952), que fue de clase alta pero se afilió
muy joven al Partido Obrero Socialdemócrata de Rusia (Posdr), en el que
destacó como oradora, organizadora y promotora de la participación
femenina en la vida política. Comisaria de Bienestar Social en 1917, se
convirtió en la primera mujer en el mundo en integrar un gabinete
ministerial y luego hizo carrera diplomática.
Otra influyente fue Inessa Armand
(1874-1920), francesa de origen, escritora, activista del Posdr,
polemista en favor de la causa feminista e impulsora de mejores
condiciones de vida para la mujer. Ligada sentimentalmente a Lenin por
varios historiadores.
Y está la esposa de Lenin, Nadezhda
Krúpskaya (1869-1939), activista de ideología marxista desde muy joven,
compañera y secretaria del líder, redactora en Iskra (Chispa),
periódico de los bolcheviques en el exilio, trabajadora en el sistema
educativo que debió organizar la naciente URSS. Enfrentó a Stalin y
luego hizo las paces con él.
La revolución efectuó ya en 1917
cambios en la vida ciudadana que atendieron las necesidades de igualdad y
oportunidad de la mujer, tales como el derecho al voto y de ser elegida
a cargos públicos, el matrimonio civil y el divorcio, licencia laboral
de ocho semanas por maternidad, cese del trabajo nocturno de menores y
mujeres, y esfuerzos para socializar y atenuar labores domésticas, como
guarderías, comedores y lavanderías.
Muchos años después, el 16 de junio
de 1963, la ingeniera Valentina Teréshkova se convertiría en la primera
mujer cosmonauta en orbitar la Tierra.
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