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sábado, 18 de noviembre de 2017
Venezolanos cambian de país y se estrenan en oficios que jamás pensaron (fotos)
Ni recolectaban café, ni eran bicitaxistas y, aún menos, vendían sus
billetes en buses. Los venezolanos no solo se han visto forzados a
cambiar de país por la crisis. En Colombia debieron estrenarse en
oficios que jamás pensaron.
Hasta octubre había 470.000 venezolanos en Colombia, 267.000 de forma
irregular, según Bogotá. Quienes corren suerte se emplean en lo que
saben, pero otros sobreviven de insospechadas maneras.
Forzados a migrar por una crisis que alterna la escasez de bienes
básicos, la inseguridad y el riesgo de default, muchos además enfrentan
una pérdida de “reconocimiento social” que los golpea sicológicamente
por los trabajos que deben desempeñar, dice a la AFP Alexandra Castro,
directora del Observatorio de Migración de la Universidad Externado de
Colombia. – Rabia –
Tiene 40 años y durante 10 ejerció como abogada en Portuguesa,
Venezuela. Claudia Carvajalino se mira las manos y llora. Hace unos
meses dejó los escritorios para desgranar matas de café en Ciudad
Bolívar, departamento de Antioquia.
“Las uñas y las manos se me destrozaron pero, bueno, eso se
recupera”, comenta a la AFP. La resignación le dura poco. Es una
experiencia “muy fuerte… se siente rabia, se siente impotencia”.
En junio Carvajalino alistó maletas, se despidió de su esposo y sus
dos hijos. La escasez apretaba y su mamá sufría de artrosis. Entonces
viajó nueve horas en autobús hasta la ciudad fronteriza de Cúcuta en
Colombia.
Dice que al ver tantos venezolanos buscando qué hacer pensó que no
era buena idea quedarse en Cúcuta y decidió trasladarse a Bogotá.
Resignada, envió su currículo a tiendas y restaurantes pero ni como
mesera fue tenida en cuenta, lamenta.
Carvajalino viajó luego a Medellín, la segunda ciudad de Colombia,
capital de Antioquia. Fue allí donde, desesperada, vio en un anuncio una
oportunidad. Tomó un vehículo y llegó hasta uno de los municipios donde
por esta época hay cosecha.
Después de un duro aprendizaje bajo el sol, alcanzó a recolectar por
día 80 kilos de café que le significaron 12,7 dólares. Un recolector
experto completa 120 kilos del grano, el principal producto agrícola
colombiano.
Carvajalino se hospeda en la finca donde trabaja. Y tiene planes para
diciembre: regresar a Venezuela, vender su automóvil y volver a
Colombia pero esta vez con su familia. – Angustia –
Jhonger Piña está irregularmente en Colombia. Entró en junio, tiene 25
años y teme ser deportado. Vaqueros, tenis y gorra, este venezolano
evoca, sereno, su salida de Barquisimeto. El negocio familiar de frutas
se vino abajo en medio de la hiperinflación y decidió migrar a Bogotá
junto con un primo.
Sus amigos venezolanos los acogieron. Sin los documentos en regla, a
este estudiante de ingeniería eléctrica le tocó subirse a Transmilenio,
el sistema de transporte masivo de Bogotá. Pero por falta de dinero no
tenía mercancía que ofrecer y entonces sacó lo único que traía:
bolívares, la desvalorizada moneda venezolana.
“Fui uno de los primeros que empecé a dar a conocer los billetes. No
los vendía, sino que a cambio la gente me colaboraba y fui reuniendo
pesos” colombianos.
Piña exhibe un fajo de bolívares y explica: “Si esta gran cantidad de
dinero (la) llevara a una casa de cambio, apenas me darían”.
Incrédulos, los pasajeros lo miran. En efecto, por esos billetes, en una
casa de cambio, solamente le darían 720 pesos, veinte centavos de
dólar, mucho menos de lo que voluntariamente recibe a cambio de esta
“curiosidad”.
El vehículo frena, y Piña desciende cauteloso. No quiere cruzarse con
la policía porque a veces los expulsan de las estaciones y confiesa que
lo piensa “mucho” para tomar el siguiente autobús: “¿qué voy a decir?,
otra vez yo aquí'”.
Con los pesos que le regalan compra galletas y chocolates para
vender, pero siempre lleva sus bolívares. “Nunca pierdo la esperanza ni
la fe de que mi Venezuela vuelva a ser la misma para poder estar allá”,
afirma en una estación del sistema.
– Frustración –
Bienvenido a “Cedrizuela”. El tradicional barrio Cedritos, en el
noreste de Bogotá, acoge a muchos migrantes venezolanos. Hace siete
meses que Gregory Pacheco salió de su país y desde agosto trabaja allí.
Tiene 29 años, estudió comunicación social y llegó a ser director
comercial de importantes marcas.
Cuando aterrizó en la capital colombiana venía con otros planes. Le
habían hablado bien del mercado publicitario y creía que se emplearía en
lo suyo. “A mi país fueron en los años 60, 70 muchos extranjeros, y
todos lograron un objetivo, que era tener dinero y prosperidad”,
rememora.
Pero no ha sido su caso. Pacheco tuvo que seguir los pasos de otros
venezolanos, subirse a un bicitaxi y buscar pasajeros en una estación de
Transmilenio. Al dueño del vehículo le debe pagar 45.000 pesos diarios
(15 dólares) y para ganarse 20 dólares pedalea más de 12 horas por
jornada.
“Sabía que era duro, venía mentalizado, pero no me imaginé que iba a
ser bicitaxista”, agrega. Aunque es ilegal, muchos venezolanos
terminaron haciendo lo mismo. Hoy, es común verlos con gorras, camisetas
de beisbolistas o de la selección de su país.
Pacheco ya se reencontró con su esposa, una productora audiovisual
que ya se empleó en Bogotá. Pero aún debe pedalear para traer a su hijo
de cinco años que quedó al cuidado de sus abuelos. “Yo puedo pasar
trabajos, hambre, pero un niño no”.
por Daniela QUINTERO / Santiago TORRADO/AFP
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