Durante
años, muchos venezolanos han estado obsesionados con el mito del
chavismo práctico. Según esta noción, llegaría un momento en que el
gobierno de Hugo Chávez, primero, y Nicolás Maduro, después, empezarían a
administrar la economía con algún criterio de eficiencia, mientras
aceleraban la represión política y se atornillaban al poder.
Por: Miguel Ángel Santos / The New York Times
Las
reacciones al mito también evolucionaron en la medida en que la
situación del país se fue deteriorando. Del temor a que un mejor manejo
de la economía perpetuara al chavismo en el poder pasamos a la esperanza
de que, en medio de la catástrofe humanitaria que
arropa al país, prevaleciera algo de sentido común. Pero, como el
escorpión de la fábula, el chavismo no puede evitar picar a la rana que
lo ayuda a cruzar el río. Es su naturaleza.
El
chavismo práctico fue reavivado el 17 de agosto, cuando el presidente
Nicolás Maduro apareció en cadena nacional para hacer una serie de anuncios de política económica,
que contenían algunos de sus elementos más conspicuos. Maduro anunció
una devaluación de 97 por ciento en la tasa de cambio oficial y aseguró
que iríamos “hacia un nuevo sistema cambiario” con “un solo tipo de
cambio fluctuante anclado al petro”, una pseudocriptomoneda lanzada
en febrero. También declaró su intención de eliminar la impresión de
dinero como mecanismo de financiamiento del gasto público, origen de la hiperinflación que azota a Venezuela. Se crearía un impuesto a las transacciones financieras y el impuesto al valor agregado subirá de 12 a 16 por ciento. En la misma alocución, decretó un aumento de 35 veces en el salario mínimo,
junto con un bono compensatorio. El nuevo salario mínimo serían unos 30
dólares a la nueva tasa oficial, equivalentes al dólar diario que se
utiliza a nivel internacional para identificar la línea de pobreza. El
precio de la gasolina —que hoy es prácticamente gratis— sería llevado a
precios internacionales, una medida que se complementaría con un
subsidio directo a la persona.
Aunque
algunos de estos anuncios formarían parte de cualquier programa de
reformas orientado a recuperar la economía venezolana, el paquete de
medidas carece de elementos que permitan resolver sus dos principales
problemas. En muy poco tiempo, los cinco ceros que le acaban de restar al bolívar fuerte, volverán a colgar a la derecha del bolívar soberano.
En
primer lugar, el conjunto de medidas no tiene cómo generar las divisas
necesarias para importar los productos que el país no es capaz de
producir. La caída en picada de la producción petrolera,
el agotamiento de la capacidad de endeudamiento durante los años de
bonanza y la incapacidad para atraer inversión extranjera en un entorno
que no garantiza los derechos de propiedad, ha forzado al país a reducir
sus importaciones por habitante en 84 por ciento en los últimos cinco años.
En
segundo lugar, veinte años de expropiaciones, nacionalizaciones y
regulaciones orientadas a apropiarse del flujo de caja del sector
privado, han agotado al aparato industrial, por lo que el país no tiene
cómo producir las cosas que ya no puede importar.
En
este contexto, lo máximo que cabe esperar es que las medidas
estabilicen la miseria. Una semana ha bastado para demostrar que aún esa
era una meta de por sí bastante ambiciosa.
Aunque
haya proclamado lo contrario, Maduro no tiene cómo pagar el aumento de
salario de los empleados públicos y los bonos decretados como no sea
recurriendo a la impresión de dinero. Solo en septiembre, el impacto de
los anuncios —sin incorporar los efectos sobre pensionados y los tres
meses de sueldos de la pequeña y mediana industria que el gobierno
prometió asumir— equivaldría a 80 por ciento del dinero en circulación.
Por inercia, la cantidad de dinero ya viene duplicándose cada treinta
días y la inflación supera 125 por ciento mensual.
La introducción de estas medidas equivale a apagar un incendio con
gasolina, cuyo aumento ha sido pospuesto para finales de septiembre.
A
pesar de la megadevaluación anunciada por Maduro, el precio del dólar
en el mercado paralelo continúa subiendo y ya se cotiza al menos 54 por ciento por encima del dólar oficial. Para acabar con las dudas, el gobierno publicó una nueva lista de precios acordados (ya no se llaman controlados) y detuvo a varios gerentes de tiendas por el llamado “remarcaje” de precios y especulación. En estos pocos días, los venezolanos se han abalanzado sobre las tiendas con lo poco que tienen, las colas se han multiplicado y la escasez ha arreciado.
En
el fondo, lo que ocurre es que las políticas que el régimen necesita
para perpetuarse en el poder, no coinciden con las que la economía
requiere para poder funcionar. Para subyugar a los venezolanos, el
chavismo necesita del sistema de controles y una absoluta discreción
administrativa. Solo así puede distribuir la renta cada vez más exigua
entre las diferentes facciones que lo sostienen en el poder y mantener a
la población sumisa. A fin de cuentas, esa ha sido siempre su
naturaleza.
La economía venezolana, sin embargo, requiere recuperar el acceso a divisas a través de un programa que contemple financiamiento multilateral extraordinario, una significativa reestructuración de deuda y la apertura del sector petrolero a la inversión privada.
Necesita
además recrear el mecanismo de mercado como herramienta que le permite a
la sociedad organizarse para sacar el máximo provecho de sus recursos y
resolver sus propios problemas.
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