Bogotá, Colombia
Hambrientos y
sin esperanzas, Francely Ramírez y su esposo dejaron a su hijo de 2 años
al cuidado de amigos, recogieron sus escasas pertenencias y pasaron
cuatro días caminando y en vehículos que se dignaban a llevarlos, desde
la frontera con Venezuela hasta una ciudad de tiendas de campaña
destartaladas detrás de una estación de autobuses en la capital
colombiana.
La pareja, de
Trujillo, Venezuela, había escuchado del campamento informal, llamado El
Bosque, por boca de otros viajeros. Y tenían la esperanza de unirse a
cientos de venezolanos que viven allí varios días para poder comer,
dormir y recuperar las energías suficientes para enfrentar lo que les
depare el destino inmediato.
Pero se encontraron que la policía había cercado el lugar y planeaban sacarlos esta semana.
Dentro del
campamento, las familias se sentaban bajo carpas y tiendas de campaña,
mientras las ropas se mecían en las tendederas colgadas entre los
árboles. Había inodoros portátiles y una cancha de baloncesto.
Pero afuera de
la barricada, Francely y su esposo dijeron que habían pasado la noche
anterior protegiéndose de la lluvia debajo de un pedazo de plástico. La
otra familia venezolana que estaba junto a ellos viajaba con cuatro
niños pequeños, entre ellos una niña enferma.
“Me alegro
tanto de no haber traído a nuestro bebé con nosotros”, dijo Ramírez, con
aspecto de estar muy cansado. “Cuando miro alrededor y veo como estamos
viviendo, no me lamento”.
En muchos
países de Sudamérica hay ciudades abrumadas por una de las mayores olas
migratorias en la historia de la región. La ONU dice que 2.4 millones de
venezolanos están viviendo en el extranjero, y 1.6 millones se han ido
del país desde el 2015, y en su mayoría viajan por tierra hasta
Colombia.
Este río de
refugiados está abrumando los albergues y organizaciones humanitarias. Y
la presencia de venezolanos acampados en parques y terrenos abandonados
es algo cada vez más común a lo largo de la ruta de la migración
venezolana, que comienza en Colombia, pasa por Ecuador y sigue hasta
Perú.
Los gobiernos
de la región —reunidos en Nueva York la semana pasada para la Asamblea
General de la ONU— prometieron ayudar a los refugiados. Estados Unidos
ha asignado casi $100 millones en asistencia y países como Colombia y
Perú han abiertos sus escuelas y hospitales a los migrantes
indocumentados.
Pero también ha quedado claro que los gobiernos locales batallan para hacer frente a la llegada de tantas personas.
En Bogotá —una
metrópolis de 8 millones de personas— los funcionarios municipales
conocieron de la existencia de El Bosque cuando los vecinos comenzaron a
quejarse de que el parque del vecindario estaba lleno de carpas
plásticas y tiendas de campaña. Cuando las autoridades aislaron la zona
el mes pasado e hicieron un censo, identificaron a 392 hombres, mujeres y
niños en el parque, casi todos venezolanos o colombianos que habían
vivido en Venezuela.
Cristina Vélez,
secretaria de Servicios Sociales de Bogotá, dijo que el gobierno de la
ciudad está tratando de trasladar a albergues a las mujeres embarazadas y
con niños menores de 6 años. Pero los demás tendrán que arreglárselas
como puedan cuando los saquen del lugar esta semana.
“No tenemos
suficiente espacio en los albergues”, explicó Vélez. “Estamos buscando
alternativas, y esas alternativas son ayudarlos a crear una red social y
a integrarlos a la sociedad”.
El gobierno de Bogotá ha celebrado ferias de trabajo y otras actividades para ayudar a los recién llegados. Durante las próximas semanas, la ciudad también establecerá centros de servicio al migrante, lugares donde los venezolanos pueden buscar empleo y recibir asesoría jurídica. Las autoridades calculan que en Bogotá hay 110,000 venezolanos con permiso de residencia y trabajo, y que una cantidad tres veces mayor no está inscrita. A nivel nacional, se piensa que casi 1 millón de venezolanos se han mudado al país en los últimos años.
El gobierno de Bogotá ha celebrado ferias de trabajo y otras actividades para ayudar a los recién llegados. Durante las próximas semanas, la ciudad también establecerá centros de servicio al migrante, lugares donde los venezolanos pueden buscar empleo y recibir asesoría jurídica. Las autoridades calculan que en Bogotá hay 110,000 venezolanos con permiso de residencia y trabajo, y que una cantidad tres veces mayor no está inscrita. A nivel nacional, se piensa que casi 1 millón de venezolanos se han mudado al país en los últimos años.
José Luis
Acosta es uno de los afortunados. Después de salir de Venezuela hace dos
meses, logró inscribirse para recibir un permiso que le permite vivir y
trabajar en Colombia dos años. Pero no ha podido encontrar empleo. Así
que por ahora vive con otros venezolanos en una plataforma de hormigón
sin techo detrás de una iglesia, y esconde sus ropas y frazadas en un
árbol durante el día para poder salir a vender caramelos en las calles.
Él y seis
amigos esperan reunir los $100 que necesitan para alquilar un
apartamento pequeño durante un mes. A pesar de los trabajos, Acosta, que
era trabajador social en Venezuela, dijo que nunca ha pensado en
regresar.
En Venezuela
“había que trabajar todo el mes para poder comprar un kilo de arroz”,
dijo. “Aquí estamos sufriendo, pero todavía podemos ganar dinero
suficiente para enviar algo a Venezuela”.
En ciudades más
pequeñas en toda Colombia, como Maicao, Cúcuta y Bucaramanga, las
autoridades dicen observan un aumento del desamparo entre los
venezolanos. Aunque esa situación también existe en Bogotá, el tamaño de
la ciudad ha ayudado a ocultar el fenómeno.
En noviembre
pasado, un censo identificó que de 9,300 personas que vivían en la calle
en la ciudad, solamente unos 300 eran extranjeros, casi todos
venezolanos. Peri si El Bosque es una señal, indudablemente el problema
se ha agravado desde entonces.
A diferencia de
la población tradicional de desamparados, Vélez dijo que los
venezolanos tienden a mantenerse juntos, por razones de seguridad. Y
ahora, la gran mayoría de los que terminaron en Bogotá se han reunido
cerca de El Bosque y la estación de autobuses, donde pueden conseguir
información y decidir si se quedan en Colombia o se va a otra parte.
“La terminal de autobuses se ha convertido en un punto de reunión”, dijo.
Elvis Cuevas,
su esposa y sus dos hijos pequeños llegaron a Colombia hace un año
porque él no se reconocía en el espejo. Cuando los alimentos se
encarecieron significativamente, y muchas veces ni pagando se podían
encontrar, el hombre bajó de 308 a 198 libras. Vendió su Mitsubishi del
2008 por el equivalente de $500 y vino a Colombia con su familia. Pero
pronto se les acabó el dinero y estaban viviendo en la calle. Hace poco
consiguió un empleo de guardián y gana dinero suficiente para alquilar
un apartamento y dar comida a su familia.
“La vida no es
fácil aquí”, dijo. “Pero si necesitas comida, puedes salir a la calle y
lavar un carro o lo que sea y ganar lo suficiente para comprar algo de
comer. En Venezuela no se puede hacer eso”.
Ramírez, la
mujer que viajaba con su esposo y que había dejado a su hijo en
Venezuela, dijo que Colombia ha sido tanto amable como cruel con ella.
La antigua estudiante de Derecho, comenzó a vender comida y baratijas en
las calles de Cúcuta, en la frontera con Venezuela, cuando necesitó
enviar dinero a su familia. Pero a medida que la ciudad comenzó a
llenarse de venezolanos desesperados, ganarse la vida se hizo más
difícil. La familia empezó a dormir en la entrada de la casa de un
vecino amable, dijo la mujer.
Al final, decidieron dejar a su hijo en Cúcuta con unos amigos se fueron lejos de la frontera en busca de trabajo.
Exhaustos
afuera de El Bosque, Ramírez y su esposo dedicaron su atención a un
plato de comida que les dejó un empresario local, y rogaron que no le
cayera mal, como había ocurrido con otra comida donada.
La pareja ha
escuchado que es más fácil conseguir trabajo en Lima, Perú, a unas 1,800
millas de distancia. Después que terminaron de comer, se pusieron los
zapatos, agarraron sus mochilas y empezaron a caminar con destino a
Perú.
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