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domingo, 6 de julio de 2008

La decisión más difícil de Teódulo López Meléndez


Es falso que la derrota coloque al ser humano frente a las decisiones más difíciles. Igual privilegio, si así puede llamarse, tiene la victoria. En ambos casos todo ha estado precedido de un desgaste profundo. La acción ha debido pensarse, planificarse, pasar por la toma de una decisión crucial y ordenar el ejecútese apretando los dientes. Lo que diferencia a un político común de un estadista es que este último está avizorando los efectos de su decisión por un largo espacio de tiempo, mientras que el primero no ve otra cosa que lo inmediato.



Un estadista es como un rumiante, uno que pasa las alternativas de un estómago a otro, que ve muchas posibilidades donde el político común ve una sola. En primer lugar las opciones y aquí debo recordar una lección que me dio Luis Herrera Campins cuando le dije que lo que más se le criticaba era su falta de decisión, para obtener como respuesta que un hombre inteligente veía 14 posibilidades donde los demás veían una sola y en consecuencia se tomaba más tiempo para decidir.




Álvaro Uribe Vélez ha debido estar sometido a una grandísima presión cuando, en su condición de estadista, estuvo frente a la decisión de ordenar o no la liberación de los rehenes frente a un Ministro de la Defensa y frente a un Alto Mando Militar que le aseguraban que hasta el último detalle estaba previsto, pero que, de todas maneras, y como fantasmas, rondaban las alternativas del fracaso. Si bien habían otras fases que se implementarían inmediatamente en caso de fallas, en la mente de Uribe pasaron como relámpagos la condena universal por una Ingrid Betancourt herida o muerta, las heridas o muertes de los norteamericanos y, por supuesto, de los soldados y policías, la pérdida de helicópteros y de los atrevidos comandos que protagonizarían la arriesgada operación. Debe haber visto a la Corte clavándole los dientes por el caso de la diputada supuestamente sobornada. Debe haberse pasado por el fin trágico de su presidencia y por la pérdida de todo lo que había hecho hasta el momento.




Álvaro Uribe Vélez puso en práctica lo que se ha convertido en uno de mis leit motiv: “La democracia es riesgo”. Y lo corrió. Por su mente pasaron todas las alternativas, también las del éxito. Debe haber mirado a sus generales que le han obsequiado abundantes victorias en los últimos tiempos, se debe haber mirado a sí mismo en ambas alternativas y con la valentía necesaria –otra característica de un estadista- soltó el “Adelante”.




Álvaro Uribe Vélez ganó, y con él Colombia, la democracia, los derechos humanos, su presidencia y le regaló al mundo una de las mejores noticias de las que podamos acordarnos en décadas. Ganó para enfrentarse a la decisión más difícil, a una más complicada que la de ordenar la “Operación Jaque”, a una absolutamente trascendental que no deberá tomar en lo inmediato, pero que deberá comenzar a rumiar de ahora en adelante como se pelea con un fantasma. Me refiero a ir o no ir a la nueva reelección.




Gustavo Petro, su oponente, ha hecho gala de una caballerosidad que pocas veces vemos en política, pero que vemos en Colombia. Le ha dicho que deberá elegir entre pasar a la historia por sus acciones contra la FARC o procurar eternizarse en el poder. La alternativa no es exactamente como la describió Petro, pero lo que le quiso decir es que si quiere la tercera presidencia nadie lo podrá impedir. El presidente de Colombia no tiene adversario que se le logre oponer. La verdadera alternativa es ejercer una nueva presidencia, no eternizarse, porque estaría meridianamente claro que sería la última.




Soy enemigo de la reelección presidencial. En América Latina jamás ha funcionado para bien, pero toda regla tiene su excepción. Una admirable Ingrid Betancourt –admirable por su serenidad, temple, inteligencia y dominio de lo político- dijo porqué en su país había sido conveniente reelegir a Uribe. Esto nos plantea, en primer lugar, el problema desde un punto de vista teórico. ¿Es conveniente elegir a un presidente por tercera vez? Sin ir a los laterales la respuesta es un rotundo “No”. Ahora bien, entran en juego las circunstancias, las batallas que se libran –y cuando hablamos de batallas no lo hacemos figurativamente, en Colombia el Estado libra una guerra-, un proceso a mitad de camino, la confianza y la solidaridad de un pueblo –no engañado por un dictador, no manipulado por un régimen fascista, sino en una democracia plena- que ve como ese camino democrático de firmeza le permite respirar con alivio y procurar el crecimiento y el lanzamiento de su patria hacia un destino definitivo. Así, la pregunta teórica colocada en un cuarto ascético, se complica de manera rotunda. Las preguntas teóricas, se concluye, no admiten desinfección, están contaminadas por los avatares históricos, por las circunstancias de una lucha. Cuando Churchill quiso alargarse en el poder Inglaterra lo despidió. Ya le había sido útil, ya le había dado lo que Inglaterra esperaba de él. En Venezuela Rómulo Betancourt supo, desde su condición de estadista, que jamás debería volver a buscar la presidencia, puesto que en un período había ganado la batalla contra las dictaduras militares y contra la insurgencia guerrillera y había afincado la democracia, esto es, un nuevo período sobraba, sólo sería una muestra de ambición personal.




La victoria ha colocado al presidente Álvaro Uribe Vélez frente a la decisión más difícil de su vida. Debe decidir, aparentemente nadie más que él, si acepta buscar la tercera presidencia o si cede la alternativa a alguien que represente la política de seguridad democrática. No es nada fácil la decisión. No deberá tomarla en lo inmediato, pero desde ya la tiene en mente. Todo dependerá de lo que avance en lo que le queda de este período. Una victoria militar o un acuerdo de paz lo decidirían a retirarse, qué duda cabe. Pero, ¿ello es posible o simplemente sucederá? Lo cuerdo es asegurar que seguirá avanzando, pero que es improbable que tenga la victoria final en año y medio. De esta manera la disyuntiva seguirá latente.




Uribe se presentará frente a estas alternativas: lo más conveniente es que el país elija a alguien que siga adelante con este propósito, pero ¿y si el sucesor falla? ¿Y si se derrumba todo lo que ha hecho? ¿Será culpable ante la historia por no haberse mantenido? ¿Será culpable ante la historia por haber ganado una nueva reelección? Un estadista democrático no actúa por intereses personales y Uribe es un estadista democrático. Actúa movido por los mejores intereses de su país. De manera que no hay que temer que Uribe tome decisiones insertadas en el ego. Sin embargo, aquí debo decir claramente que un hombre en el poder tiene pleno derecho a pensar lo que la historia dirá de él. Tiene pleno derecho a preguntarse si su tarea está cumplida.




Uribe sabe de la inconveniencia teórica de la reelección. La primera fue positiva, ¿lo será la segunda? Uribe deberá mantener los nervios templados para no acelerar inconvenientemente un proceso que debe ir paso a paso. Acelerarlo le facilitaría la decisión, que sería la de marcharse, pero ello podría traer males a la política de seguridad democrática. Mantenerse podría abrir paso a los fracasos y empañar lo logrado. No es fácil desde el punto de vista teórico. Mucho menos lo es desde la praxis política. En la teoría la reelección podría plantear en el futuro a un demagogo populista pretendiendo lo mismo. ¿Habrá llegado la madurez de Colombia hasta tal punto de impedir que esta situación se plantee? Desde la tranquilidad que transpira hacia afuera la cabeza del presidente de Colombia es un volcán.




Dejar que corran las aguas, que sus partidarios insistan en la posibilidad, reservarse en silencio la decisión final, ésta será la actitud de ahora del presidente Uribe. Pero el ahora siempre tiene un mañana. No podemos saber cuales serán las condiciones de Colombia cuando el presidente Uribe tenga que decidir. No podemos saber qué sucesos nos esperan, pero también el presidente tendrá en la cabeza que su anuncio será traumático. Si decide que irá la oposición se alebrestará y recibirá acusaciones de querer eternizarse, como la que lanza el senador Petro dentro de su gentileza de admitirle que no tiene rival. Si decide que no, podrá provocar efectos parecidos en la población.




Álvaro Uribe Vélez es un hombre de Estado. Deberá decidir lo menos dañino, lo mejor para Colombia. Lo deberá comprobar con la decisión más difícil de su vida. Quienes desde fuera de sus fronteras amamos a Colombia asistimos confiados al proceso mental que se desarrolla en este hombre, por la sencilla razón de que deberá estar pendiente de los humores de su pueblo, al que deberá oír en cada instante. Que las circunstancias ayuden a tomar la decisión sabia, es lo que deseamos los hombres y mujeres de buena voluntad que hoy estamos felices por esta “Operación Jaque”, la mejor noticia que hemos recibido en muchísimos años y que celebramos alegremente como una elocuente victoria de la democracia, de la libertad y de los derechos humanos.




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