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domingo, 28 de junio de 2009

Editorial El Nacional

Signos en el tiempo
Anticultura



L as políticas de segregación no tienen límites, no sólo no respetan los
derechos humanos, ni las libertades, ni las tradiciones, sino que pretenden
meter en cintura a toda la sociedad. Sucede en las más diferentes esferas
del quehacer nacional, en unos casos más visibles que en otros, pero en el
mundo de la Cultura, por su sensibilidad y por sus implicaciones, esas
políticas se perfilan como uno de los avances más perversos. Venezuela,
desde su conquista de la libertad en los años del posgomecismo, se esmeró
siempre en privilegiar la Cultura como un espacio ajeno a las controversias,
propicio para el encuentro de todos.

Esto ha variado de manera sustancial en la década bolivariana.

Aquellos grandes museos que en los años 70, 80 y 90 marcaron la pauta en
América Latina, que estimularon las artes plásticas en nuestro país, ya no
son ni caricaturas de lo que fueron o prometían. Las editoriales del Estado
se han convertido en agencias del "pensamiento único", y en sus catálogos
resaltan los panfletos políticos. Los premios literarios o los premios a las
artes se otorgan a los preferidos del régimen bolivariano. Igual sucede con
los premios de periodismo. El último episodio vale como un espejo, fue
premiado el programa del Presidente de la República. No es obra del azar,
por consiguiente, que el suplemento Siete Días de este último domingo de
junio aborde el tema: "La Cultura por el carril del socialismo".

Es un ejercicio investigativo que trata de presentar los avatares por los
cuales atraviesan quienes se dedican a las artes, a la creación, a la
difusión de los bienes del espíritu. Ahora la Cultura disfruta de grandes
presupuestos, pero en la medida en que mayores son los recursos, en igual
medida son utilizados como instrumentos de campañas ideológicas, de
discriminació

n, de la terrible palabra segregación. La cultura oficial se
convierte en instrumento político, silencia y obstruye a quienes no se
doblegan ni queman incienso en el altar de la revolución. De los extremos a
los que está llegando la discriminación es buen testimonio el menosprecio
que tímidas observaciones de intelectuales que respaldan al régimen desató
en los comisarios. Los intelectuales fueron fulminados como "habladores de
paja". Probablemente sus libros no volverán a aparecer en las ediciones de
La Rana y el Perro.

Para esa cultura oficial abundan los recursos, tanto, que se financian
personajes extranjeros como aquel cineasta estadounidense que suele venir de
tiempo en tiempo a renovar sus créditos. Esta cultura segregacionista es la
negación de lo que se entiende por cultura. A quienes la sirven se les
imponen los catecismos del culto a la personalidad. Sobre la gran tradición
de la cultura venezolana ha caído un pesado telón. Siete Días pretende
llamar la atención sobre ese espacio que ha debido ser respetado, porque sin
libertad de creación no hay cultura, porque sin pluralismo y diversidad
terminará ahogada en la mediocridad. En el reportaje se dan ejemplos de cómo
avanza la conquista ideológica, cómo recursos que son de todos se disponen
indebidamente y se destinan al más burdo proselitismo. De algo ha de servir
esta campanada.

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