Foto: Archivo
Redacción 2001
La Venezuela de hoy es sin duda más pobre que la legada por Hugo Chávez el 5 de marzo de 2013, cuando murió tras gobernar 14 años.
Pero el país también es ahora más pobre que cuando el líder socialista
llegó al poder con la promesa de acabar con la corrupción y la miseria.
El popular “comandante” tomó las riendas
del país en febrero de 1999 con una inflación de 30 puntos y un salario
mínimo que superaba por poco los 500 dólares mensuales, esto en medio
de una profunda desigualdad entre ricos y pobres que hizo al gobernante
prometer acortar esa brecha y erradicar la pobreza extrema.
Para lograr esta meta Chávez contó durante su administración con los
más altos ingresos que haya registrado el país por concepto de venta de
petróleo, cerca de 1 billón de dólares según estimaciones, y con el respaldo popular de al menos dos tercios de la población.
Aunque siempre hubo advertencias sobre
las consecuencias que traerían sus decisiones económicas, la famosa
renta petrolera fue capaz de saciar las necesidades del Estado y de los
ciudadanos que, por contundente mayoría, lo reeligieron en tres
ocasiones. Solo en el ocaso de su vida se empezaron a hacer evidentes
las temidas consecuencias al punto de que los ciudadanos se quejaban por
la intermitencia en la disponibilidad de algunos alimentos y por la
reducción en el cupo de divisas que se les permitía comprar bajo el
férreo control de la llamada revolución bolivariana.
Chávez feneció tras meses sin sus acostumbradas alocuciones públicas y entregó a Nicolás Maduro, su heredero político, un país prácticamente monoproductor, con unas reservas internacionales cercanas a los 30.000 millones de dólares y una inflación anualizada de 19,5 %.
El actual mandatario prometió “defender el legado”
y, en cierta medida, ha cumplido su palabra al mantener el control de
cambio establecido en 2003, los programas sociales, los frecuentes
aumen- tos salariales y una conducción económica contraria a la sugerida
por instancias internacionales. No obstante, Maduro no ha contado con
el soporte financiero de su antecesor ni con su popularidad, dos
variables que fueron suficientes para desatar la tormenta política,
económica y social en la que está envuelta Venezuela y que ha redundado
en una profunda crisis que principalmente afecta a sus ciudadanos.
Aunque el líder chavista y candidato a
la reelección ha aumentado el salario en una veintena de ocasiones la
mitad de los trabajadores hoy devengan 37 dólares mensuales, insuficientes para enfrentar la escasez generalizada de productos y una inflación que cerró el año pasado en 2.616 %, según el Parlamento.
Venezuela pasó de construir hospitales
en otros países con Chávez a no ser capaz de satisfacer las necesidades
de sus propios centros de salud con Maduro, y de preocuparse por los
niños en las calles en 1998 a ser en la actualidad la nación con más pobres de Latinoamérica, después de Haití, con la mitad de sus ciudadanos en miseria.
Factores que la oposición siempre achacó
a Hugo Chávez como la polarización política y la diáspora han recru-
decido desde su muerte. La Organización Internacional para las Migraciones (OIM) estima que 1,6 millones de venezolanos han abandonado su país en los últimos años.
Miles de empresas han cerrado desde que
se instauró la revolución, la mayoría durante el quinquenio gobernado
por Maduro, quien ahora es señalado de encabezar un régimen
antidemocrático, lo que ha mermado aún más las inversiones en el país.
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