"¡La chica de las lámparas (bombillas) ya está aquí!"
Envueltos en papel de periódico, Vaamonde los lleva a una habitación
sin ventanas, del tamaño de un armario, en el mercado de Gloria al Bravo
Pueblo, donde su esposo los analiza. José Ramírez abre la base,
despliega diminutos cables de cobre y las repara con la facilidad de
alguien que arregla hasta 50 en un día. Las revende por 100
bolívares cada uno, un margen de ganancia considerable, pero aún por
debajo de los 400 bolívares que cobran por una nueva.
La hiperinflación y la escasez mantiene el corazón socialista de la revolución bolivariana con el espíritu empresarial.
Los ciudadanos desesperados se ganan la vida con empresas dedicadas la
excavación de pozos de agua en el hogar, el trueque de plátanos por
cortes de pelo y transporte de pasajeros en camiones de carga animal. La erosión de la economía ha creado mercados que, hasta ahora, eran inexistentes.
"Tuve que improvisar en esta crisis", comentaba Ramírez, de 31 años,
quien siempre tuvo la habilidad de arreglar cosas, jugar con controles
remotos de televisión y microondas. "Hoy en día, muchas personas tienen que cultivar alimentos para comprar cosas como lámparas. Yo hago las cosas bien y les ayudo a comprar un buen producto que perdure".
En Venezuela, los productos de cualquier calidad son cada vez más
escasos, ya que los líderes de la nación han prometido "país, socialismo
o muerte". El ingreso petrolero que permitió al fallecido presidente
Hugo Chávez nacionalizar miles de compañías se ha evaporado. El
gobierno de Venezuela ha ampliado su control sobre la mayor parte de la
economía, desde la distribución de alimentos hasta los intercambios de
divisas.
La escasez de alimentos es rampante y la producción de petróleo en el
antiguo gigante petrolero es la mitad de lo que era a principios de
2016. Los intentos del presidente Nicolás Maduro de detener el derrumbe han sido ineficaces.
"Este esfuerzo draconiano por expandir la influencia del estado en todos y cada uno de los círculos de la vida y los negocios ha creado un mercado negro para todo lo que toca", lamentaba Omar Zambrano, un economista de Caracas que ofrece servicios de consultoría.
La llamada al capitalismo es primordial. Tan pronto como la humanidad
se graduó de la caza y la recolección, surgieron mercados. Las primeras instituciones formales parece que comenzaron en la Media Luna Fértil.
En la isla Micronesia de Yap, los exploradores marinos trajeron enormes
discos de piedra caliza desde lejos para servir como moneda
estacionaria y monumental. Hoy en día, los mercados son omnipresentes
para todo, desde boletos deportivos hasta ofertas de Wall Street
realizadas en milisegundos. Pero en Venezuela, el comercio está
volviendo a una era anterior de experimentación e invención.
"Cuando se piensa en casos como la Unión Soviética o China, ambas
economías se caracterizaron por la escasez y, a pesar de la
significativa participación estatal, una gran parte de la economía fue
apoyada por la actividad empresarial", comentó Geoffrey Jones, profesor
de historia empresarial en la Escuela de Negocios de Harvard. "En algunos casos, en realidad, es lo que ha mantenido a los lugares en marcha. Uno ve que los regímenes tienden a tolerarlos, porque saben las consecuencias si no lo hacen".
Con pocos venezolanos capaces de comprar algo nuevo, los mercados
enteros están llenos de puestos donde se pueden arreglar teléfonos
móviles o microondas. Las costureras y los zapateros se han mudado a
tiendas que, alguna vez, vendieron ropa y zapatos nuevos. A medida que miles de personas huyen del país, los anuncios en las calles ofrecen compra de oro y plata o fundirlo en algo nuevo.
Una locura por la criptomoneda tiene a la gente usando computadoras día
y noche, aprovechando la electricidad prácticamente gratis. Algunos
viven completamente obteniendo citas imposibles en agencias
gubernamentales o convirtiendo los bolívares en dólares a través del
arbitraje en el mercado negro.
Los omnipresentes vendedores ambulantes se ven diferentes hoy en día:
no sostienen bolsas de maní o bandejas de cigarrillos. La gente tiene
poco dinero para tan pequeños lujos. En su lugar gritan "¡lejía!" mientras transportan botellas sin marca, se intercambian artículos por aceite de cocina y protegen las pilas de papel higiénico de la lluvia con láminas de plástico.
Cerca de Petare, el mercado de Gloria al Bravo Pueblo es un laberinto
oscuro con habitaciones pequeñas, parecido a una gigantesca instalación
de almacenamiento repleta de artesanos de todo tipo. En medio de gritos, golpes y el ruido de las persianas metálicas, arreglan viejas máquinas de coser, remendan vestidos de novia y arreglan los calentadores de agua, todo bajo el mismo techo.
Yhoan Guerrero, de 33 años, trabajó como paramédico en Caracas hasta que no pudo vivir con el salario. Luego,
viendo que había un alza en el precio de los neumáticos, aprendió a
coser, parchar, rellenar y dar forma a los neumáticos rotos. Ahora produce casi cuatro veces más. Él llama al proceso "cirugía completa del neumático".
"Salvamos a la gente por aquí", apuntó Guerrero, con sus manos
oscurecidas con grasa y goma, mientras retiraba un neumático de la
llanta. "Con el país como está, nadie puede permitirse comprar
una goma nueva. He creado una clientela leal en los últimos siete meses.
No quieren que nadie más toque sus neumáticos".
Con un colega, él realiza alrededor de siete "cirugías de llantas" al
día en una tienda del tamaño de un garaje, todo mientras hace
reparaciones más simples. Un servicio, de medio, tiene un costo de 1.000
bolívares, o alrededor de USD 7.70, dijo. Los neumáticos nuevos comienzan en aproximadamente USD 60 en las tiendas de la ciudad, mientras que el salario mínimo mensual es de aproximadamente USD 15.
A menudo, la gente viene pidiendo una solución barata, dijo. En esos
casos, él llenará sus neumáticos con espuma plástica. Otras veces usarán
aserrín y jabón líquido. "Los pone en movimiento otra vez".
"Estamos viendo un nuevo fenómeno en las peores circunstancias", dijo el historiador Tomas Straka, profesor de la Universidad Católica Andrés Bello en Caracas.
Infobae
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