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domingo, 2 de noviembre de 2008

Luis Mateo Díez reincide en el desafío de la novela corta


Intriga y misterio protagonizan 'Los frutos de la niebla'

Tal fue la fascinación irresistible por las novelas cortas que sintió de joven, que ha escrito 12 en los últimos 10 años. Bajo el título genérico de Las fábulas del sentimiento, Luis Mateo Díez (Villablino, León, 1942) ha terminado un ciclo con la publicación de Los frutos de la niebla (Alfaguara), que engloba tres novelas cortas donde las atmósferas de intriga y desasosiego conforman una parte esencial de la narrativa.

"La novela corta", señala este autor y académico de verbo pausado, "representa el reto más difícil para un escritor, es un desafío de la perfección. Siempre me gustó este género porque me di cuenta de que brillantes escritores, con una obra voluminosa, habían dado en él lo mejor de sí mismos y alcanzado el resplandor límite de sus mundos. Fue el caso de Tolstoi, de Conrad, de James o de Kafka, entre los novelistas extranjeros; o de Pérez Galdós, entre los españoles. Una obra maestra y un ejemplo de novela corta la encontramos en La metamorfosis, de Kafka".
A pesar de su devoción por este género literario, Luis Mateo Díez ha cultivado también la novela larga y el cuento y ha logrado crear un universo literario propio. "Es cierto", aclara, "que en las tres novelas cortas de Los frutos de la niebla intentó transmitir una atmósfera misteriosa e inquietante y, en realidad, mis ambientes serían como el espejo de mis personajes. En ese sentido, me gusta situar mis narraciones en unas ciudades imaginarias, que podrían ser del norte de España o de Europa, detenidas en el pasado y donde más que el tiempo parece que reina la eternidad. En una palabra, la atmósfera es un personaje más de mis novelas".
La desgracia de un hombre como enfermedad contagiosa, la radicalidad extrema de unos adolescentes o el retrato de una mujer condenada a una injusta supervivencia configuran los hilos conductores de las tres piezas narrativas de Los frutos de la niebla con la que Luis Mateo Díez cierra el ciclo de novelas cortas.
Confiesa este escritor, que nunca quiso convertir la literatura en una profesión y que trabajó como funcionario hasta su jubilación el año pasado, que toma dos decisiones básicas antes de ponerse a escribir un libro. "Tengo que resolver el género y el título antes de empezar a fabular. Resulta curioso, pero la narración que llevo en la cabeza me pide un género determinado y, por otro lado, sin título ando perdido".
Declarado admirador de Georges Simenon, "por su creación de atmósferas, sobre todo", y aficionado a describir los paisajes desde un punto de vista sensorial y hasta físico, el académico leonés está persuadido de que el paso del tiempo acentúa las sensaciones del recuerdo, es decir, olores, gustos y sabores.
Mientras prepara nuevos proyectos, Luis Mateo Díez hace balance de sus siete años como miembro de la Real Academia Española y explica que los creadores literarios como él aportan "su condición de francotiradores del lenguaje que van más allá de lo debido en vocablos o en sintaxis"."Tengo que resolver el título antes de empezar, sin él ando perdido"

jueves, 23 de octubre de 2008

Páginas de sangre en el paisaje urbano


Una escritora pasea por la ciudad junto a detectives novelescos y asesinatos ficticios

Hay ciudades que se definen en nuestra imaginación tanto por el brillo de sus neones como por lo sórdido de sus callejones repletos de contenedores de basura, escaleras de incendios, sombras de gatos a la carrera y policías en busca de un malhechor.

La ficción es, sin duda, la que imprime a fuego en nuestro cerebro la idea de que las calles de una ciudad son algo más que una anodina vía pública: son también los escenarios de las novelas, películas, series y cómics que nos han hecho creer que tras las fachadas de los edificios, en los túneles del metro, hay "algo más". Hay muerte y sangre y criminales agazapados.
Cuando llegué a Madrid a finales de los ochenta traía en mi cabeza, he de confesarlo, un equipaje variopinto de retratos de la ciudad: los juzgados de plaza de Castilla repletos de quinquis y yonquis que transitaban los protagonistas de Turno de oficio, los bares de Centro y Chamberí en donde transcurrían escenas de la tan en boga comedia madrileña de Trueba y Colomo, y las calles en gris y sepia del barrio de Salamanca por las que caminaba siempre alerta un Sancho Gracia caracterizado como Jarabo. Luego, la realidad, tan juguetona e irónica, me presentaría a un compañero de facultad que vivía en la misma planta del edificio donde éste cometió sus crímenes. A veces, con una copa de más, juraba que todavía podía oírse en la noche, por el hueco de la escalera, a sus víctimas chillar.
Tal vez se deba a series tan populares como Brigada Central o La huella del crimen, que ficcionó los asesinatos más escabrosos de nuestra historia reciente, o quizás al crisol variopinto de personas que confluyen, a veces con roces e incomprensión, pero lo cierto es que en el imaginario colectivo Madrid es una ciudad sangrienta, y así como algunos gustan de recorrerla trazando la ruta de los museos, yo no puedo sustraerme al eco cruento que se escucha en sus rincones, aun cuando sepa que muchos de los asesinatos no hayan sucedido. Será que escribo novela negra, o que me persigue la ficción con su reflejo distorsionado de la realidad, pero el caso es que en algunos lugares no dejo de oír a gente que no cesa de gritar y pedir auxilio.
Mi recorrido, entre literario, personal y turístico -no debe olvidarse que soy de provincias-, siempre comienza en la calle de San Nicolás, allí estaba el primer piso de estudiantes en el que residí en Madrid y en donde sitúa Jerónimo Tristante la mansión encantada que da título a su novela El misterio de la Casa Aranda, si bien él se inspiró en la llamada Casa Duende, un palacete burgués en los aledaños del cuartel del Conde Duque habitado, según las crónicas de la época, por terribles fantasmas que no eran más que, en un nuevo juego de espejos entre ficción y realidad, falsificadores de moneda que pretendían alejar a los curiosos.
La siguiente parada es la Puerta del Sol, un lugar típico que ningún amante de lo macabro debe dejar de visitar. Allí ubicó Francisco García Pavón el Hotel Central donde se alojó, en la única salida de su Tomelloso natal, su inolvidable Plinio, uno de los primeros investigadores de nuestras letras, para, acompañado de su ayudante Lotario, resolver la desaparición de Las hermanas coloradas, obra por la que obtuvo el Premio Nadal en 1969.
Muy cerca, en la calle de Esparteros, habita otro destacado personaje de la novela negra española, Tony Romano, el cínico ex policía creado por Juan Madrid, que divide su tiempo entre los cafés en la Mallorquina y su empleo como fisonomista en el Casino de Torrelodones a la caza de gente de mal vivir. En Grupo de noche, Romano alternará este trabajo con la investigación del asesinato en un almacén abandonado de la calle Capitán Blanco Argibay de El Dátiles, un antiguo confidente.
Pero subamos hacia Gran Vía para visitar un hotel decadente con aires de película en blanco y negro: el Metropolitano, cerca de la Red de San Luis, en cuyo bar tocaba el piano Biralbo, el desencantado protagonista de El invierno en Lisboa de Antonio Muñoz Molina.
Si a estas alturas nos entrara algo de hambre, podemos acercarnos a la Carrera de San Jerónimo para entrar en el conocido restaurante Lhardy, donde Pepe Carvalho, el detective creado por Vázquez Montalbán, mantuvo un almuerzo con destacados miembros del Partido Comunista destinado a esclarecer un sonado Asesinato en el Comité Central y, tras la comida, en el número 24 de esa misma calle, es recomendable detenerse ante el teatro Reina Victoria, ya que, según reveló Juan Ramón Biedma en El imán y la brújula (último Premio Hammett a la mejor novela negra), en sus sótanos, allá por 1920, operarios y antiguos actores filmaron las primeras películas snuff (asesinatos reales) que circularon por España.
Para bajar algo el cocido, podemos acercarnos al número 45 de la calle de Alcalá, donde se levantaba el antiguo teatro Apolo (hoy ya desaparecido y luego reconvertido en un banco). Aquí, Selva, un noble desocupado aficionado al método deductivo protagonista de La gota de sangre, escrita en 1911 por Emilia Pardo Bazán, encuentra la pista para descubrir al asesino en una de las primeras aproximaciones de nuestra literatura al género policial.
Desde allí recomiendo caminar hasta el Museo del Prado con una historia desconocida de oscuros asesinatos que nos desvela Tomás García Yebra en Los crímenes del Museo del Prado y, a continuación, relajarnos entre los árboles que rodean al Palacio de Cristal en el parque del Retiro. Mejor no entrar en los urinarios públicos anexos: en ellos, Roberto Esteban, el boxeador retirado y protagonista de El gran silencio, de David Torres, propinaba una brutal paliza en una cruda escena grabada a fuego en mi memoria. Puede que por eso sea adecuado llegarse al Café Comercial, en la glorieta de Bilbao, donde quizá podamos toparnos con Los amigos del crimen perfecto de la novela de Andrés Trapiello.
Será conveniente dejar para otro día la visita a barrios como los de La Latina, donde Javier Azpeitia ambienta Nadie me mata, el de Ventas, en donde transcurren Las noches contadas, de Javier Pérez Merinero, o al extrarradio, como Las Barranquillas, en el que Francisco Galván localizó su Sangre de caballo.
Para salir del Retiro, la puerta que da a la plaza de Mariano de Cavia, frente a la clínica del doctor León en la que se inspiró Rafael Reig para ambientar Guapa de cara. Es un psiquiátrico de aire siniestro en el que, en su fascinante novela, se practicaban crueles experimentos con los pacientes. Paso ante ella todos los días y no he podido resistirme a usarla también en mi propia ficción. Es una tentación que no conseguí vencer: dejar mi huella, contribuir a manchar un poquito más de sangre esta ciudad.
Mercedes Castro es autora de la novela Y punto (Alfaguara, 2008).

jueves, 16 de octubre de 2008

Savater gana el Planeta con una novela de aventuras

La obra está ambientada en el mundo de las carreras de caballos
El eterno candidato lo ha logrado finalmente: el filósofo, escritor y articulista Fernando Savater (San Sebastián, 1947), colaborador habitual de este diario, obtuvo anoche el Premio Planeta, dotado con 601.000 euros. Un galardón que le fue entregado en Barcelona en el transcurso de una cena presidida por la infanta Cristina. Aunque ya quedó finalista en 1993 con El jardín de las dudas -el mismo año que ganó Mario Vargas Llosa con Lituma en los Andes- su nombre ha aparecido recurrentemente durante años en todas las quinielas del premio.
"Fue un segundo premio muy honroso, como no podía ser de otra manera tratándose de Vargas Llosa", recordó Savater al recoger el galardón. El autor se ha impuesto con la novela presentada a concurso con el título provisional de La curva del Pardo, de título real La hermandad de la buena suerte, y firmada con el seudónimo de Patricio. En la obra tiene un gran protagonismo una de las aficiones confesadas del autor, las carreras de caballos. Así, la trama arranca con la desaparición de un yóquey famoso. Un multimillonario decide entonces contratar a unos mercenarios para localizarlo. El resultado es una obra de aventuras con aliño detectivesco y numerosas citas filosóficas propias de una vasta bibliografía centrada en el pensamiento que incluye éxitos como Ética para Amador (Ariel) y que, en estos días, precisamente, acaba de crecer con un nuevo título: La aventura de pensar (Debate).
De hecho, Savater, también aficionado confeso a la novela policiaca -de la que hizo una inolvidable reivindicación en La infancia recuperada (Taurus)-, considera que hay muchas similitudes entre el método detectivesco y el filosófico. Si se añade el universo de los caballos de carreras y las aventuras, la conjunción no puede ser más savateriana.
"Es una obra de ficción, ya sé que ahora se llevan las novelas realistas, pero ésta no se parece a las cosas que se hacen ahora. No sale la Guerra Civil española, ni la de Troya, ni ninguna otra guerra. Más difícil todavía, no sale ni siquiera una catedral. Es una novela de aventuras con un poquito de aliño metafísico", explicó el autor. "En el fondo, lo importante es tanto lo que ocurre como lo que sienten los personajes. Me he preocupado mucho para que cada capítulo tenga cierta entidad y que no sea un simple tránsito porque creo que el noventa por ciento de las novelas de hoy son puro relleno, aunque puede ser que el relleno sea bueno".
Con Savater, el Planeta sigue con su apuesta por autores de reconocida calidad y prestigio, algo que le dio muy buenos resultados en la pasada entrega al reconocer El mundo, de Juan José Millás, obra que esta semana se ha alzado con el prestigioso Premio Nacional de Narrativa. En esta ocasión, el jurado -compuesto por Álvaro Pombo, Carmen Posadas, Rosa Regàs, Alberto Blecua, Alfredo Bryce Echenique, Pere Gimferrer y Carlos Pujol- tampoco ha querido errar el tiro.
La finalista del Planeta, que se lleva 150.250 euros, fue esta vez otra habitual de las quinielas: Ángela Vallvey, que presentó la novela La inocencia de los bárbaros, titulada definitivamente Muerte entre poetas. Vallvey (San Lorenzo de Calatrava, Ciudad Real, 1964) ha optado por el género detectivesco y reconoció ayer que es una obra "en el más puro estilo de Agatha Christie". La protagonista es la viuda de un poeta que convoca un encuentro literario en Toledo en el que se produce un asesinato. Pronto se verá que todos tenían motivos para matar a la víctima. Junto a la pesquisa policiaca, la autora incluye referencias al mundo literario, que conoce bien.
Antes que reconocida novelista y habitual de la prensa, Vallvey se dio a conocer en 1998 como poeta con El tamaño del universo (Hiperión). Un año después se consagraría como narradora con A la caza del último hombre salvaje (Salamandra). El gran salto lo dio en 2002 al ganar el Nadal con Los estados carenciales (Destino).

Ángela Vallvey queda finalista
La finalista del Planeta, que se lleva 150.250 euros, fue esta vez otra habitual de las quinielas: Ángela Vallvey, que presentó la novela Muerte entre poetas. Como el propio Savater, Vallvey (San Lorenzo de Calatrava, Ciudad Real, 1964) también ha optado por el género detectivesco. En su caso, en el más puro estilo de Agatha Christie. El protagonista de su novela es un poeta que acude a Toledo a un encuentro literario en el que se produce un asesinato. Pronto se verá que todos tenían motivos para matar a la víctima. Junto a la típica pesquisa policiaca, la autora incluye referencias al mundo literario.
Se trata de un ámbito que Vallvey conoce. Antes que reconocida novelista y habitual de la prensa, la escritora manchega se dio a conocer en 1998 como poeta con El tamaño del universo (Hiperión). Un año después se consagraría como narradora con A la caza del último hombre salvaje (Salamandra). El gran salto lo dio en 2002 al ganar el Nadal con Los estados carenciales (Destino).
http://www.elpais.com/articulo/cultura/Savater/gana/Planeta/novela/aventuras/elpepucul/20081015elpepucul_8/Tes